A New York marcia per Gaza

Sábado 4 de octubre. Realmente un otoño caluroso, en todos los sentidos; hoy sobre la ciudad de Nueva York luce un sol tan intenso que la kefía me resulta útil como gorra. Estoy en una de las plazas que más quiero: Washington Square Garden, en el Village; veníamos aquí durante la primavera pandémica, cuando los locales estaban cerrados y los jóvenes se reunían para tocar música. Incluso recuerdo un pequeño grupo que llegaba empujando un piano sobre ruedas.
De aquí partirá la marcha pro Palestina; mientras tanto, bajo el gran arco de mármol, se está celebrando el mitin. Habla un imán que anima a no ceder al mal porque Dios periódicamente lo arroja al mundo para que el hombre reaccione y encuentre la verdad, el tesoro. Relata un hecho similar a la realidad actual que ocurrió hace mil años en Arabia; también entonces el mal estaba a punto de aplastar al bien, pero al final todo dio un vuelco.
La cosa parece un poco hollywoodiense, ¡pero mi corazón se rebela y quiere creer! Junto al imán hablan también unos rabinos, que están de acuerdo con él. Son judíos ortodoxos, vestidos con levitas negras, tienen los típicos rizos y muchos llevan el sombrero de piel, el shtreimel. Por ahora los vislumbro apenas, pero podré observarlos bien durante la marcha, cuando caminen en grupo en varias filas, tomados de la mano —entre ellos también hay niños. Sus pancartas son de las más radicales contra Israel: banderas con la estrella de David prohibida, rechazo del Estado de Israel, soberanía del Estado palestino e impactantes imágenes de niños muertos por el hambre. Avanzarán silenciosos y tranquilos, vestidos como si fuera enero sin dar señal alguna de sufrimiento —ni siquiera por parte de los niños.
Pero volvamos a la plaza. Tengo calor y estoy chorreando sudor. diviso un huequito en un banco moderno —una larga serpiente de cemento sin respaldo— y está a la sombra. Me abalanzo; casi llego cuando veo a un chico agacharse y alargar la mano hacia algo; recoge una banderita palestina caída y con un gesto delicado la limpia de tierra. Quizás alguien, sin querer, la había pisado. Me siento cerca de él y noto un temblor en él. Lleva la kippáh, pero luego halaga mis pendientes (son esos de ganchillo con forma de sandía) y se relaja. Le doy las gracias y le pregunto si conoce el programa del día. No lo conoce; es la primera vez que participa en una de estas manifestaciones.
A nuestro alrededor bulle un hervidero de activistas —ya he comprado cuatro fanzines, el fantástico New York Crimes y ya no sé dónde meter los folletos de las muchas iniciativas. Llega otro chico; también es judío pero no religioso —en la cabeza no lleva la kippáh, sino una bandana a cuadros blancos y negros— y reparte folletos informativos de un grupo judío activo en la defensa del pueblo palestino. Me recuerda a los amigos milaneses de «Mai Indifferenti», de los primeros en su comunidad en tener el valor de alzar la voz y decir «¡NO! Nosotros no estamos de acuerdo!»
Los dos chicos empiezan a conversar. Noto que el activista se queda bastante pasmado al saber que el otro es su primera protesta, tanto que decide sentarse en el banco. Los dos charlan animadamente y yo, desesperada, aguzo el oído. Hablan del sionismo; el activista cuenta el nacimiento del sionismo a partir del siglo XIX y dice claramente que ellos son los verdaderos antisemitas, porque ponen al pueblo judío en constante peligro. No logro oír si y cómo le replica el otro, habla de una manera mucho más queda. Mientras tanto, han empezado los tambores y los cánticos, hay que levantarse y marchar.
En un instante estoy otra vez sola en el río de gente que camina. Con toda honestidad no es propiamente un río, más bien un riachuelo. Las cifras de las manifestaciones americanas son decididamente inferiores a las nuestras, pero es indudable que el espíritu es el mismo. La última marcha en la que participé fue hace un año y puedo constatar con gusto que no solo ha crecido el número de participantes, sino sobre todo que la vez pasada me pareció que los transeúntes nos miraban como si fuéramos marcianos, mientras que hoy desde las aceras y las ventanas nos aplauden.
Le pregunto a otros si conocen el recorrido, pero nadie lo sabe. Cada cual sigue el flujo cantando a pleno pulmón los muchos eslóganes que los jóvenes han inventado en estos dos años de luchas. Hay algunos nuevos como «La liberación está cerca» (Liberation is near) y «Gazatí, nos habéis hecho sentir orgullosos» (Gazans you have made us proud). Me muevo de un lado a otro para sacar algunas fotos, y he aquí que unos metros delante de mí reaparece la pareja. Siguen charlando, gesticulan como si fueran viejos amigos.
Fuente: pressenza.com