noviembre 17, 2025
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El punto exacto donde la democracia dejó de existir

Las democracias no mueren por golpes militares como antes, se vacían desde adentro. No por falta de votos, sino por la normalización de un lenguaje que convierte al adversario en enemigo, al disidente en traidor y al diferente en amenaza biológica. La divergencia deja de ser debate y se convierte en condena total.

Hoy ya no estamos discutiendo opiniones. Estamos presenciando su mutación en armas. No se busca argumentar, se busca anular, no se disputa el poder, se niega el derecho del otro a existir políticamente. Ese instante exacto (cuando el rival deja de ser ciudadano y pasa a ser enemigo desechable) es el momento real en que una democracia deja de serlo, aunque siga votando.

Y ese punto ya no es teórico. Se escucha hoy en los discursos presidenciales, en las campañas, en los algoritmos que premian el odio, en multitudes que aplauden la eliminación del otro como si fuera justicia. Es un cambio cercano al “fascismo” pero más peligroso y es porque ahora se maquilla de opinión legítima.

QUÉ ES UNA OPINIÓN LEGÍTIMA

Una democracia saludable no le teme al conflicto. De hecho, una sociedad sin conflicto está clínicamente muerta.

La divergencia no es el problema, el problema es cuando esa divergencia pierde límites. Una opinión sigue siendo legítima mientras reconoce que el otro tiene derecho a existir, a responder y a seguir hablando, incluso si nos incomoda profundamente.

Una opinión válida no niega hechos comprobables. Puede interpretarlos distinto, puede tensionarlos, puede ponerlos bajo sospecha, pero no inventa una realidad paralela para justificar el odio o la violencia. La verdad es debatible en sus causas y sus consecuencias, no en su existencia.

Una democracia real no es consenso, es conflicto civilizado, es la capacidad de pelear sin destruir, disentir sin deshumanizar, perder una elección y seguir reconociendo el sistema. Cuando una opinión deja de competir con ideas y empieza a competir con la vida del otro, deja de pertenecer a la democracia.

“Allí nace otra cosa y es el germen del exterminio político.”

CUANDO LA OPINIÓN DEJA DE SER INOCENTE

La primera señal es la negación de hechos verificables. Una cosa es dudar, otra es construir una realidad paralela. Cuando la narrativa pública sistemáticamente sustituye los hechos por mitos útiles para el odio, la opinión deja de ser debate y se transforma en fábrica de mentiras con efecto práctico. Ese es el umbral, en ese momento ya no discutimos políticas, estamos creando pretextos para la violencia.

La segunda señal es la violencia verbal que busca erosionar la dignidad del otro. No hablamos de insultos ocasionales, hablamos de discursos repetidos que describen a grupos enteros como culpables por esencia, como plagas o como amenazas existenciales. Esa deshumanización verbal abre la puerta a la violencia física. En contextos donde los medios y las plataformas amplifican esas palabras, la degradación pasa a acción. Verás primero señales menores, luego normalización y después impunidad.

La tercera señal es cristalina y corta en seco cualquier posibilidad de diálogo. La frase que resume el salto es simple y brutal y es no quiero debatir, quiero eliminarte. Cuando la intención deja claro que el objetivo no es convencer sino anular, entonces la opinión se convierte en arma. No es retórica extrema, es estrategia política para remover al adversario del tablero social. Ahí termina la democracia, aunque las urnas sigan funcionando.

Los ejemplos están a la vista. En elecciones donde se premia la transgresión, algunos líderes no buscan ganar votos sino legitimar la agresión. En guerras asimétricas ciertas narrativas justifican la violencia contra poblaciones civiles. En redes sociales algoritmos que priorizan el escándalo convierten medias verdades en órdenes de acción. Todo converge en un patrón común. Primero viene la mentira, luego la deshumanización, después la licencia para herir y por último la aceptación social del daño.

Detectar el punto no es académico. Hay indicadores prácticos que muestran el cruce de la línea. Si una opinión promueve la exclusión legal de un grupo, si pide sanciones colectivas sin prueba individual, si celebra la humillación pública como solución política, entonces esa opinión ya dejó de ser legítima. Si los medios la repiten sin contraste y las instituciones no responden, estamos en fase de corrosión avanzada.

“La opinión que pide la extinción del otro ya no es pensamiento, es delito de convivencia y hay que pararla antes de que se haga normal.”

EL LENGUAJE COMO ARMA ANTES QUE LA BALA

El proceso es lineal y frío. Primero viene la palabra que despoja de humanidad. Luego la palabra se normaliza en prensa y pantallas y después la palabra se convierte en política pública o en permiso tácito para golpear. La deshumanización no es un estallido azaroso, es una técnica. Se instala por etapas y cuando alcanza masa crítica la bala ya solo confirma lo que la palabra anticipó.

La deshumanización escalonada comienza por adjetivos. Se etiqueta a grupos como “plaga”, “invasores”, “traidores”, “parásitos”. Esos adjetivos pasan a titulares, a memes y a discursos de tribuna. Luego vienen las metáforas que implican extinción o limpieza. Después se solicita exclusión legal colectiva. Finalmente aparece la celebración pública del daño. Cada paso es una bajada de barrera moral. Cada repetición hace más fácil el siguiente atropello.

Los casos clásicos enseñan sin ambages. En la Alemania de los años treinta la propaganda convirtió a un pueblo en enemigo existencial. En Ruanda la radio transformó vecinos en objetivos en cuestión de semanas. En la ex Yugoslavia la retórica étnica fue el preludio de limpiezas que la burocracia legalizó. En cada uno de esos episodios el lenguaje no fue accesorio. Fue la ingeniería moral que permitió el desastre.

La actualidad replica las fases con nuevas arquitecturas. Hay campañas digitales que reciclan viejos estereotipos en formatos virales. Hay medios que repiten consignas sin verificación y plataformas que multiplican el grito. Hay políticos que usan la descalificación masiva como estrategia electoral, midiendo la eficacia por la interacción y no por la verdad. Hay algoritmos que premian la intensidad y castigan la matización. La vieja escalera de la deshumanización hoy tiene un ascensor tecnológico que la acelera.

No es necesario buscar grandes escenas para ver el daño. La violencia cotidiana empieza cuando el espacio público acepta la humillación como argumento. Cuando se celebra públicamente que un grupo pierda derechos. Cuando la policía actúa sobre rumores estructurados y no sobre evidencias. Ahí la palabra se convierte en permiso. Ahí la bala termina siendo un gesto administrativo y no una aberración excepcional.

Detectarlo a tiempo exige lucidez y hospitales de lenguaje. Hay que identificar la progresión y frenarla en el primer escalón. No sirve solo señalar la ofensa final. Hay que cortar la cadena desde la metáfora que convierte a una persona en cosa. Porque donde la palabra impone la intención de daño, la ley y la ética llegan tarde.

“Antes de la bala siempre hubo un discurso y quien controla el lenguaje controla la posibilidad misma de la vida ajena.”

EJEMPLOS ACTIVOS 2025. CUANDO LA OPINIÓN SE VUELVE PERMISO PARA HACER DAÑO

Argentina, aniquilación simbólica del adversario

En las campañas recientes la estrategia ya no consiste solo en ganar votos. Consiste en vaciar de legitimidad al rival. Se normaliza llamarlo “traidor”, “enemigo” o “parásito” en telones mediáticos y tribunas. Esa deslegitimación masiva precede medidas legales, policiales o económicas que cercenan derechos políticos y civiles. El proceso deja de ser disputa electoral y pasa a ser limpieza simbólica con efectos prácticos en salarios, contratos y acceso a servicios.

Gaza, poblaciones convertidas en “objetivo” y laboratorio de prácticas de control

En conflictos asimétricos la retórica estatal ha cruzado la frontera: comunidades enteras son descritas como riesgos o “objetivos”. Esa categoría deshumanizadora facilita operaciones que vulneran derechos humanos y normaliza la supervisión externa como forma de gestión. Lo que hoy se prueba en el terreno de Gaza —protocolos, monitoreo internacional operativo, reglas de fuego calibradas por terceros— se presenta como ensayo útil para escenarios donde la soberanía se condiciona a la “gestión de riesgos”.

Israel encarna con crudeza esa deriva donde la opinión pública deja de ser conciencia y se convierte en coartada.

Las imágenes de Gaza devastada, de niños bajo los escombros y hospitales convertidos en ruinas ya no provocan indignación sino discursos de justificación. El lenguaje (ese primer campo de batalla) fue domesticado y ya no se habla de víctimas, sino de “daños colaterales”, no de ocupación, sino de “seguridad”. Cuando la sociedad normaliza la violencia y los gobiernos traducen el horror en narrativa legítima, la opinión deja de ser límite moral y pasa a ser permiso. Israel no solo libra una guerra militar, libra una guerra semántica y es la de convencer al mundo de que la crueldad puede ser defensa y que el exterminio puede tener razón de Estado.

IA y algoritmos, amplificadores técnicos de la deshumanización

No es solo retórica humana. Los sistemas que seleccionan y recomiendan contenido amplifican lo que enciende emociones fuertes. Investigaciones recientes muestran que algoritmos de recomendación y generación de contenidos impulsados por IA multiplican la difusión de noticias falsas y discursos de odio, creando cámaras de eco donde la deshumanización se traduce rápidamente en movilización real. Los riesgos no son teóricos: la tecnología reduce fricción entre idea y acción.

Redes sociales, multiplicadores y aceleradores del odio

Las plataformas siguen siendo el mecanismo que transforma insultos en campañas, rumores en listas negras y consignas en órdenes tácitas. Estudios y reportes de 2023–2025 documentan picos sostenidos de discurso de odio, cuentas automatizadas y fallas de moderación que permiten que mensajes deshumanizantes obtengan alcance masivo antes de ser retirados, si es que lo son. Donde el algoritmo premia la ira, la democracia pierde tiempo de reacción.

No es coincidencia ni efecto colateral, es diseño político y técnico. Primero se fabrica la mentira, luego se le pone motor algorítmico, y por último se legisla la exclusión.

“Si no frenamos la cadena en su primer eslabón, los resultados serán irreversibles.”

CUANDO DEBATIR DEJA DE TENER SENTIDO

La conversación tiene un mínimo no escrito. Ese mínimo es el reconocimiento mutuo de existencia y cuando un actor público decide que su adversario no merece ser contado como persona, se extingue la posibilidad misma del diálogo. No hay negociación posible con quien te niega el derecho a existir. Toda retórica queda reducida a ruina, el debate exige interlocutores y si uno de ellos ya no es humano a ojos del otro, la discusión es teatro y la política se transforma en logística de eliminación.

Este es el punto de quiebre democrático. No ocurre por etapas técnicas ni por fallas administrativas, ocurre cuando la política normaliza la anulación del otro. En ese momento la ley sigue en los papeles y las urnas pueden seguir funcionando, pero la sustancia democrática ya fue vaciada, las instituciones se convierten en carcasa y las garantías formales pierden fuerza frente a la decisión social de excluir. Ahí la democracia sigue pareciendo viva hasta que los hechos demuestran lo contrario.

El límite no es moral, es civilizatorio. No se trata de decir qué está bien o mal en abstracto, se trata de preservar el tejido que permite la convivencia humana organizada. Cuando la opinión pasa a ordenar la exclusión colectiva, la sociedad entra en otro régimen. Ese régimen puede llamarse autoritarismo, limpieza social o guerra civil larvada. Lo que cambia no es el lenguaje jurídico sino la vida cotidiana y es la pérdida de derechos, perdidas de empleos por pertenencia, inseguridad selectiva y estigmatización institucionalizada.

Detectar este quiebre exige criterios claros y accionables, no suficiente con indignarse. Hay que identificar prácticas concretas que demuestran la negación de existencia, las listas de exclusión, las incitaciones sistemáticas a la violencia, la descalificación legal previa sin proceso y las campañas mediáticas de anulación.

Y hay que responder de manera proporcional y urgente, se debe tener protección legal a las víctimas, sanciones a medios y líderes que instrumentalizan el odio y protocolos de emergencia para garantizar acceso a servicios básicos a grupos estigmatizados.

No puede haber debate donde uno de los polos ya no reconoce al otro como persona. Ahí termina la conversación y comienza la logística del exterminio político.

“Hay que impedirlo antes de que la rutina lo vuelva normal.”

CUANDO TODAVÍA HAY FUTURO

No toda divergencia es amenaza. Hay una divergencia que fecunda, que cuestiona, que incómoda para despertar, esa es signo de salud. Pero también hay una divergencia terminal, aquella que ya no discute ideas, sino existencias, esa no abre caminos, la clausura. Es el punto exacto donde una democracia se quiebra, aunque todavía vote y se declare libre.

La responsabilidad no es callar opiniones, eso sería autoritarismo invertido. La responsabilidad es impedir la deshumanización y frenar con precisión quirúrgica el momento en que la opinión se convierte en orden de exclusión.

No se trata de censurar la rabia, sino de cortar la mutación que convierte rabia en permiso para destruir, ese es el trabajo civilizatorio.

Mientras la humanidad siga presente en la palabra, el diálogo es posible. Aunque duela, aunque arda, aunque tiemble.

Si todavía somos capaces de mirar al otro como humano incluso en el desacuerdo más extremo, entonces no está perdida la historia.

Hay futuro siempre que el límite se trace donde corresponde, no en las ideas, sino en la negación de la vida…

Bibliografía 

Hannah Arendt — Los orígenes del totalitarismo
Frantz Fanon — Piel negra, máscaras blancas
James Baldwin — discursos y ensayos compilados (1961–1970)
ONU — Informe global sobre discurso de odio y riesgo democrático, 2024
UNESCO — Desinformación, algoritmos y democracia digital, 2023

Fuente: pressenza.com