El umbral donde la democracia se quiebra: cuando un país decide su propio destino
Chile acaba de atravesar una elección que, aunque ajustada, dejó al país con una certeza provisional: Jara ganó dentro de su margen, con la legitimidad suficiente para gobernar y con un mandato claro de moderación, reformas gradualistas y estabilidad social. En un clima continental donde las democracias se tensan hasta el límite, lo ocurrido en Chile parecía, por un instante, un triunfo de la sensatez sobre la estridencia.
Pero ese respiro duró poco. La segunda vuelta (o lo que queda hacia ella) se anuncia como un territorio sin reglas, un mes donde la política deja de ser un espacio de programas y se convierte en una disputa de supervivencia. Porque lo que está en juego no es solo quién gobierna. Lo que se juega Chile es si podrá seguir siendo gobernable.
El adversario: una ultraderecha dispuesta a incendiar el tablero
Enfrente aparece una ultraderecha que se presenta como orden, pero que avanza sobre lógicas de ruptura. El país ya la conoce. Su estrategia está alineada (retóricamente, discursivamente, emocionalmente) con la ola global que encabezan proyectos como el de Donald Trump: nacionalismo duro, relato anti institucional, recorte de derechos, demonización del adversario y una narrativa de “salvación” frente al caos.
En Chile, ese proyecto toma la forma de Kast. No por comparaciones fáciles, sino por similitudes estructurales: su oferta política parte del supuesto de que el país debe retroceder para poder avanzar, que los controles democráticos son obstáculos y que la estabilidad se logra concentrando poder y reduciendo contrapesos.
No es un secreto que su figura despierta temores profundos en una sociedad marcada por la memoria histórica. Los paralelos con Pinochet no aparecen por capricho: surgen porque su modelo de Estado se asienta en la idea de autoridad vertical, mano dura sin matices y un país donde el disenso se castiga, no se gestiona.
Kast es, para una parte del país, nostalgia; para otra, amenaza; para cualquiera que mire con distancia, un actor que sólo podría gobernar Chile bajo tensión permanente.
El riesgo real: ingobernabilidad crónica
El problema no es Kast como individuo: el problema es el ecosistema político que lo acompaña. Chile podría entrar en un ciclo de ingobernabilidad profunda si la ultraderecha llegara a La Moneda. No por profecía, sino por mecánica política pura:
Minoría legislativa asegurada.
Alto rechazo ciudadano en amplios sectores urbanos.
Un movimiento social dispuesto a resistir retrocesos.
Una economía sensible al ruido político y a las señales autoritarias.
Tensiones internacionales en un continente en plena polarización.
En ese contexto, un gobierno de Kast sería, desde el primer día, un gobierno sitiado. Y los gobiernos sitiados suelen recurrir a dos caminos: “La represión o la parálisis. Ambos terminan peor que como empiezan.”
La destrucción de conquistas sociales (inclusión, derechos, protección social, instituciones de control) no es un riesgo abstracto: es la hoja de ruta explícita de su sector. Lo que para ellos es “corrección”, para amplios sectores del país sería demolición.
La pregunta clave es simple: ¿Puede un proyecto de extrema derecha gobernar un país que no es de extrema derecha? Todo indica que no. Y es aquí donde se juega el próximo mes.
Jara ante el desafío: ganar de nuevo, pero de otra forma
Jara enfrenta ahora un escenario radicalmente distinto al de la primera vuelta. Ganó, sí. Pero ahora necesita ganar de otra manera y es, convocando al país que no quiere retroceder, pero que tampoco quiere repetir frustraciones.
Su desafío es doble: Hablarle al miedo sin usar el miedo como herramienta. La denuncia del riesgo autoritario debe ser firme, pero no apocalíptica. Chile ya conoce el vértigo; no necesita que nadie lo sobreactúe y convocar a un centro que no vota desde el entusiasmo, sino desde la responsabilidad.
La próxima elección se definirá entre quienes quieren enviar un mensaje protestando y quienes entienden que esta vez el mensaje puede costar demasiado.
Jara tiene un activo y es que no polariza por naturaleza. Pero también tiene un límite: necesitará demostrar (rápido) que puede gobernar con estabilidad, sin improvisación y con un horizonte claro de orden democrático.
Y esa es hoy la palabra clave: “orden democrático”, versus el “orden sin democracia” que ofrece su adversario.
¿Puede haber un vuelco? Sí. ¿Será inevitable? No.
Las elecciones en Chile han dado vuelcos antes. Y este mes será un laboratorio de emociones políticas. La ultraderecha apostará por tres estrategias:
Desgaste personal: convertir a Jara en símbolo de un supuesto caos progresista.
Infundir miedo: migración, delincuencia, inseguridad económica.
Reescribir la historia: instalar la idea de que la democracia está en crisis por exceso de derechos, no por déficit de acuerdos.
Este tipo de narrativa es eficaz cuando se instala sin contrapeso.
Pero tiene un límite y es que Chile no es un país entregado al extremismo. Nunca lo ha sido. Puede coquetear con él en momentos de frustración, pero siempre vuelve al equilibrio. El vuelco es posible, sí. Inevitable, no. Y una parte importante dependerá de si la ciudadanía logra ver más allá del ruido y entiende que los países que se entregan a líderes extremos rara vez vuelven indemnes.
Cuando se esconde el sol
Hoy, en este preciso momento electoral, Chile parece vivir un atardecer político: luz que se apaga, sombras que se alargan, dudas que crecen. Pero también los atardeceres tienen un secreto: no son el final de la luz, sino el anuncio de que toca decidir cómo atravesar la noche. El país tiene memoria. Tiene instituciones. Tiene una ciudadanía que, incluso cansada, sabe distinguir entre diferencia política y riesgo civilizatorio.
La ultraderecha ofrece respuestas rápidas para problemas reales, pero a costa de aquello que hace que un país sea habitable: pluralismo, garantías, apertura, convivencia.
Si Chile decide caminar hacia ese umbral donde la democracia se quiebra, no podrá decir que no lo vio venir. Pero también puede elegir lo contrario, puede elegir corregir sin destruir, puede elegir firmeza sin brutalidad, puede elegir gobernabilidad sin autoritarismo y puede elegir futuro.
La esperanza, todavía
A un mes del desenlace, nada está escrito. Y eso, en política, es un privilegio. Chile aún tiene la oportunidad de demostrar que, en tiempos de polarización global, un país pequeño puede tomar decisiones grandes. Que la democracia no se pierde por un voto: se pierde por renunciar al deber de defenderla. Y que, incluso cuando se esconde el sol, la noche también puede ser un lugar para recuperar claridad…
Fuente: pressenza.com
