La ultraderecha de Kast y su espejo en Pinochet
La figura de Kast no surge de la nada. No es un fenómeno espontáneo ni una novedad política. Es la continuidad directa de un país que nunca resolvió su relación con la dictadura. Kast no se esconde, no camufla su identidad histórica. Su proyecto es una réplica ideológica de la visión autoritaria que gobernó Chile a sangre y fuego. No lo oculta porque sabe que esa memoria aún tiene seguidores. Lo que él ofrece no es un programa nuevo, es el retorno a un orden antiguo. Un orden donde la autoridad se confunde con impunidad, un orden donde la fuerza se confunde con gobierno, un orden donde la obediencia se confunde con estabilidad.
Su espejo es Pinochet porque ambos comparten la misma convicción. El país necesita mano dura más que democracia. Ese es el corazón de la derecha más cruda. Un país con miedo es un país gobernable. Un país silencioso es un país que no molesta. Un país disciplinado es un país que acepta cualquier decisión mientras el castigo esté suficientemente cerca. Kast ofrece exactamente eso. Un Estado fuerte hacia abajo y dócil hacia arriba, un Estado que protege al poderoso y reprime al vulnerable, un Estado que llama paz al silencio y gobernabilidad a la sumisión.
Pero un proyecto de esa magnitud no se sostiene solo. Kast es financiado y apoyado por el corazón más duro de la elite chilena. Los mismos que aplaudieron a la dictadura porque la dictadura les garantizó riqueza, privatizaciones, impunidad y privilegios.
- Los mismos apellidos de siempre.
- Los mismos grupos económicos que crecieron de manera obscena durante el régimen.
- Los mismos gremios empresariales que hoy financian su discurso de orden.
- Los mismos que tiemblan cuando escuchan la palabra justicia social.
- Los mismos que jamás estuvieron dispuestos a ceder un centímetro de poder.
Ese es su verdadero electorado. No la seguridad, no la clase media, no el país dolido. Su verdadera base de apoyo es la elite que teme perder su dominio histórico.
Luego están los operadores mediáticos. Los que maquillan su discurso, los que convierten su autoritarismo en sentido común, los que repiten que el país necesita firmeza y no democracia, los que instalan miedo cada mañana para vender la idea de que Kast es la única salida. Es un coro organizado, no es casualidad, es estrategia.
Después aparece la otra parte de su apoyo. La más dolorosa, los fachos pobres. La gente engañada por la narrativa del orden. La gente que cree que Kast castigará solo a los otros. Los que fueron educados para admirar la mano dura incluso cuando la mano dura recae sobre ellos mismos. Los herederos del relato que convirtió a Pinochet en un salvador mientras destruían vidas enteras. Esa base existe porque Chile nunca discutió seriamente su memoria. Porque la dictadura fue condenada moralmente pero jamás desarmada culturalmente. Su sombra sigue viva en los hogares donde se repite que antes había orden y ahora hay caos. Esa es la herencia más tóxica del país.
- Kast no existiría sin ese soporte.
- No existiría sin el financiamiento empresarial.
- No existiría sin los columnistas que lo defienden.
- No existiría sin la elite que teme la igualdad.
- No existiría sin los sectores que confunden autoridad con masculinidad política.
- No existiría sin los discursos que romantizan la dictadura.
- Y no existiría sin los millones de ciudadanos que crecieron bajo un sistema que les enseñó a obedecer antes que a cuestionar.
Ese es el verdadero espejo. Pinochet no es un fantasma. Está presente en los discursos, en los miedos, en las nostalgias y en la estructura de poder que nunca fue desmantelada. Kast es la versión moderna de ese proyecto. Un Pinochet sin uniforme, pero con el mismo objetivo. Reponer un país jerárquico donde unos pocos mandan y los demás acatan. La historia se repite porque los países que no enfrentan su pasado están condenados a revivirlo con nuevos nombres.
Los medios que limpian la imagen del fascismo
La ultraderecha no se instala sola. No llega al poder únicamente por votos ni por discursos incendiarios. Llega porque los medios tradicionales hacen el trabajo fino. La prensa y la televisión chilena llevan años preparando el terreno para el ascenso del autoritarismo con la misma naturalidad con la que se revisa el clima. Cada mañana los matinales repiten que el país está desbordado. Cada tarde los noticiarios muestran violencia editada como si no existiera otra realidad. Cada noche los paneles de expertos construyen la idea de que el único camino posible es la mano dura. No hablan de justicia, no hablan de igualdad, no hablan de derechos. Hablan de orden como si el orden fuera un dios que exige sacrificios humanos para existir y ese sacrificio siempre lo paga el pueblo.
Los medios construyen miedo porque el miedo vende. Construyen desesperanza porque la desesperanza paraliza. Construyen un país miserable porque un país miserable acepta sin resistencia proyectos que antes consideraba inaceptables. Kast entiende esto mejor que nadie. Su discurso no necesita ajustarse. Los medios lo ajustan por él. Lo presentan firme donde es autoritario. Lo muestran decidido donde es intolerante. Lo describen como valiente donde es peligroso, le regalan micrófono, le regalan tiempo y le regalan paneles llenos de opinólogos dispuestos a repetir su relato sin analizar su costo histórico. El resultado es un país que normaliza la ultraderecha antes de darse cuenta de que la normalizó.
Fuente: pressenza.com
