octubre 18, 2024
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Las calles de Guayaquil y Quito, intransitables y egoístas con los adulto mayores y personas con capacidades reducidas para caminar.

Excluidos. Marginados. Olvidados. Son las etiquetas que cargan consigo las personas que tienen capacidades reducidas para caminar. Para ellos, recorrer las calles de Guayaquil y Quito es como jugar a la ruleta rusa. Sortean huecos. Calles y rampas empinadas. Aceras estrechas. Estorbos publicitarios en las veredas. Y en ocasiones, incluso, arriesgan su vida para desplazarse.

El mismo escenario, en ambos territorios, lo enfrentan los adultos mayores y las madres que recorren las vías empujando los coches en los que descansan sus niños; hechos que, advierten, los hace sentir melancolía. Que el espacio público los excluye tanto o más que las autoridades, y que no hay político que intente hacer un borrón y cuenta nueva en lo urbano que logre incluirlos, teniendo en cuenta que son votantes, ecuatorianos y más que eso, seres humanos, alegan desmoralizados.

Aura Armijos tiene 67 años, vive en Urdesa, en Guayaquil, y está cansada de no poder disfrutar ni siquiera de los cortísimos paseos que hace rumbo a la farmacia o la panadería, los espacios que marcan la ruta de su cotidianidad, debido a las trampas que halla en el camino. Apenas tres cuadras la separan de la avenida Víctor Emilio Estrada, donde hace sus compras, pero en el transcurso el alto de las veredas, los separadores urbanos (que impiden que allí un carro se estacione), así como la señalización mal ubicada, la obligan a subir y bajar escalones que más de una vez la han hecho tambalear.

Qué difícil que es movilizarse en la ciudad, no hay una sola zona, calle o vecindario que sea amigable para nosotros. Hay tantas trabas que dificultan nuestro paso, que nos obligan a permanecer dentro de casa, cuando deberíamos tener libertad.

Rosita Andrade / adulta mayor, guayaquileña.

“Se supone, la alcaldesa se mata diciendo que el Puerto Principal es inclusivo, pero eso no es más que una falacia. Si supiera cuántas veces me he caído por las veredas que tienen casi 30 centímetros o más de alto, si estoy viva es de milagro. Urdesa está mal, sus calles son un desastre, como lo es también el centro; Los Ceibos, donde habitan mis hijos; y hasta los exteriores del centro gerontológico Dr. Arsenio de la Torre, en donde los bordillos están desnivelados y hay postes que me empujan al asfalto”, sentencia.

Para ella, el Puerto Principal no es amigable, ni nunca lo ha sido para el peatón; y las autoridades, ni las actuales ni las de antes, incluyendo a sus alcaldes, concejales y asambleístas, han priorizado el tema, por creer simplemente que “el peatón no merece aún atención”.

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Fuente: expreso.ec