Budapest. Cuando los imperios se hablan sin testigos

(250815) -- ANCHORAGE (U.S.), Aug. 15, 2025 (Xinhua) -- Photo taken on Aug. 15, 2025 shows a press room ahead of a meeting between Russian President Vladimir Putin and U.S. President Donald Trump at Joint Base Elmendorf-Richardson in Anchorage, Alaska, the United States. (Xinhua/Wu Xiaoling)
Budapest no es una cumbre diplomática, es un parteaguas histórico. No es una mesa de negociación entre Estados, es el regreso brutal del poder sin intermediarios.
Trump y Putin no se reúnen para hablar de Ucrania, se reúnen para hablar del mundo sin testigos, para desplazar a Europa de la sala y dejar fuera para siempre a quienes creyeron que el poder real se gestiona desde los parlamentos y foros multilaterales.
La Unión Europea pide un asiento y no comprende que ya no hay silla disponible porque esta vez la historia no será escrita por burócratas sino por depredadores que se respetan y que negocian con la lógica del siglo XXI, fuera del teatro moral occidental.
Budapest no es un episodio, es la escena exacta donde la hegemonía liberal se derrumba en silencio y donde comienza la era explícita de los imperios que se reconocen como tales sin pedir perdón, sin disfrazarse de democracias ejemplares, sin aceptar testigos. Este no es un diálogo, es un reordenamiento y nadie va a ser invitado a comprenderlo, solo a asumir sus consecuencias.
El poder que ya no pide permiso
Trump y Putin no están negociando dentro del orden institucional de Occidente, lo están esquivando. No se presentan ante la ONU, no consultan a la OTAN, no piden autorización a ninguna estructura multilateral, no reconocen árbitros, no aceptan supervisión. El mensaje es deliberado: el poder real vuelve a circular por fuera del protocolo público, es el retorno explícito del poder directo entre civilizaciones.
No entre gobiernos democráticos que simulan ser iguales, sino entre potencias que se reconocen mutuamente como depredadores. No hay retórica diplomática, hay cálculo frío. No se habla de principios sino de límites. No se discute justicia sino equilibrio. Ninguna moral entra a esa mesa. Frente a eso, la Unión Europea no aparece como actor histórico sino como espectador, intenta entrar como observadora pero no tiene nada que ofrecer, ni ejército, ni energía, ni poder nuclear autónomo.
Bruselas confunde burocracia con poder y el poder la ignora porque el poder no discute con quien no puede dañar ni proteger.
Lo que se instala en Budapest no es un alineamiento ideológico sino un respeto estratégico. Trump no admira a Putin por sus ideas sino por su capacidad de sostener poder real sin pedir perdón. Putin no confía en Trump por sus valores sino porque entiende que con él se puede negociar sin intermediarios europeos. No hay afinidad emocional, hay reconocimiento entre predadores. Este momento marca el fin del poder moral liberal.
El discurso de “defender la democracia”, “Proteger derechos humanos”, “Salvar al mundo del autoritarismo” ya no sirve. Porque quienes dominan el siglo XXI no están compitiendo por legitimidad ética sino por control estratégico. No buscan aprobación, solo buscan ser inevitables.
Estados Unidos post-OTAN, el regreso al poder brutal
Trump no ve aliados, ve costos.
En 2024, Estados Unidos gastó más de US$ 860.000 millones en defensa (más que la suma de los 10 países siguientes) y el 67% de ese gasto no fue para proteger su territorio sino para sostener bases y operaciones militares en más de 85 países.
Trump considera eso un “subsidio imperial inútil” cuando no le genera retorno económico directo. Para él, cada país defendido gratis es una pérdida contable, no un compromiso estratégico. La OTAN le cuesta a Estados Unidos más de US$ 45.000 millones anuales solo en su estructura operacional. Y Wall Street no ve beneficio financiero en sostener militarmente a Europa mientras China avanza en África, Asia y América Latina comprando puertos, telecomunicaciones y minerales estratégicos.
Desde la lógica Trump, la OTAN es un gasto improductivo que desvía recursos que podrían entrar al negocio energético, tecnológico o militar-industrial con Rusia, India o Arabia Saudita sin restricciones morales.
Hoy, la política exterior de Estados Unidos no la dicta la Casa Blanca, la dictan las corporaciones. ExxonMobil, Chevron, Lockheed Martin, BlackRock, Google, Palantir.
Son ellas quienes financiaron más del 62% del gasto electoral de 2024 y quienes esperan retorno inmediato. Trump es su operador ideal, no prometió estabilidad democrática, prometió “liberar la economía del yugo burocrático.” Eso significa negociar energía con quien sea, romper sanciones, abrir negocios vetados por el globalismo moral.
Este es el retorno a la lógica Kissinger: Poder sin moral. Negociar con Arabia Saudita sin preguntar por derechos humanos. Acercarse a Corea del Norte si sirve para presionar a China. Pactar con Rusia si eso debilita la dependencia europea. No se trata de ideología, se trata de utilidad. Y en ese escenario, la guerra ya no es para defender valores, es para sentarse sobre el botín. Washington ya no protege, Washington transa.
Pero no por concesiones menores como Ucrania. El interés real está en paquetes geoeconómicos de escala colosal, energía fósil y nuclear, corredores logísticos,
control de chips estratégicos, puertos clave y acceso prioritario a minerales críticos. Ucrania no es el premio, es la ficha. Rusia se quedaría con alrededor del 30% del territorio ucraniano, Estados Unidos legitimaría la partición de facto y a cambio se desbloquearía el negocio mayor porque el nuevo orden no se decide por soberanías, sino por flujos.
Quién es hoy Rusia
Rusia no está intentando convencer al mundo de nada. No busca aprobación internacional ni legitimidad moral, solo exige respeto estratégico. Es decir: que nadie cruce sus líneas rojas. No es un deseo: es una advertencia respaldada por más de 5.900 ojivas nucleares operativas (la mayor reserva nuclear del planeta) y una doctrina de uso preventivo si percibe amenaza existencial. Militarmente, Rusia es intocable.
No solo por su arsenal nuclear histórico sino porque hoy dispone de al menos 30 submarinos nucleares estratégicos, invisibles al radar, capaces de lanzar misiles balísticos desde cualquier océano y porque es el primer país del mundo en desplegar misiles hipersónicos operativos Avangard y Kinzhal, que superan Mach 10 y no pueden ser interceptados por los escudos actuales de la OTAN.
Fuente: pressenza.com