agosto 7, 2025
Portada » Blog » Clínica bombardeada y decisión de conquista: Netanyahu precipita el colapso final de Gaza

Clínica bombardeada y decisión de conquista: Netanyahu precipita el colapso final de Gaza

La imagen es brutal. La explosión —como garganta desgarrada— rompe el silencio de la noche e ilumina las ruinas de Gaza que rodeaban la clínica de la ONU, que voló en mil pedazos, dejando un nuevo saldo de civiles muertos y heridos. No es un exceso. Es un mensaje. El misil no impactó solo un edificio sanitario: impactó sobre el límite mismo del horror imaginable. Esa destrucción no fue un accidente. Fue el fruto de una lógica de guerra que se cocinó en gabinete.

La reunión decisiva y la sombra del derecho internacional

El bombardeo a la clínica de la ONU no puede ser analizado como un evento aislado. Se produjo en un momento de disidencia militar interna, pero, sobre todo, en la cúspide de una decisión política de alto calibre: la que definió una estrategia de ocupación total. Este acto, lejos de ser un error táctico, emerge como la manifestación de una política premeditada. El ataque a una instalación protegida por la ONU, en medio de la discusión de una «solución final» para Gaza, coloca a Israel en una posición que desafía explícitamente el derecho internacional humanitario y las convenciones de Ginebra. La destrucción deliberada de infraestructura civil, especialmente de carácter médico y humanitario, es un crimen de guerra reconocido. Sin embargo, lo que hace este evento particularmente grave es su aparente rol en una narrativa más amplia de conquista, no solo de combate.

El gabinete y la aprobación de la ocupación total

La decisión sobre la ocupación total fue el resultado de una tensa reunión en el gabinete de guerra. El bombardeo de la clínica se produjo precisamente mientras se discutía y aprobaba la estrategia de conquista. El primer ministro Netanyahu, enfrentado a una creciente presión interna y a una disidencia militar pública sobre el plan, logró imponer su visión. Fuentes internas del gobierno han revelado que el ministro de Defensa, Israel Katz, respaldó la medida, calificándola como un paso necesario para «garantizar la seguridad a largo plazo de Israel». La aprobación de este plan de ocupación total, un acto de guerra civilizatoria, fue el punto de inflexión.

El revuelo mediático e institucional que siguió a la reunión no fue por el bombardeo de la clínica en sí mismo —los ataques a infraestructura civil se han vuelto, tristemente, una rutina de esta guerra—, sino por lo que representó: la confirmación de que la estrategia militar ya no busca la «seguridad», sino una reconfiguración total del territorio.

Ecos ideológicos, disidencia y la complicidad global

Dentro de Israel, las voces de alerta no se hicieron esperar. Más allá de la disidencia militar, algunos médicos y rabinos han elevado su voz, advirtiendo sobre los costos morales y humanitarios que este camino implica. Estas voces institucionales inesperadas dentro de la propia sociedad israelí reflejan un profundo quiebre ético, un miedo a que la política de aniquilación sistemática esté destruyendo el alma misma del país.

Paradójicamente, hay un contrapunto escalofriante a esta disidencia. Existen facciones extremistas de rabinos y figuras ultranacionalistas que han justificado abiertamente el bombardeo de hospitales y la aniquilación de la población civil, bajo la lógica de que la guerra total no tiene límites. Este eco ideológico dentro de Israel es la semilla de la política de conquista que ahora se ha manifestado plenamente.

En la esfera internacional, el eco de este ataque resuena con un silencio ensordecedor. Más allá de las condenas rituales, la inacción de la mayoría de los países, particularmente en Occidente, es alarmante. La ausencia de una respuesta diplomática contundente, derechamente la falta de ruptura de relaciones o la aplicación de sanciones reales -como la impulsada por Lula da Silva en Brasil-, se convierte en una forma de complicidad por omisión. Esta inacción colectiva valida tácitamente la política genocida, permitiendo que Israel actúe con la certeza de que sus crímenes no tendrán consecuencias reales en el plano geopolítico. Es en este punto donde la responsabilidad de cada nación se hace ineludible, donde el silencio de los líderes puede interpretarse como un «amén» a la barbarie.

El ataque a la clínica: versión oficial y la oscura verdad extraoficial

Según los comunicados del ejército israelí (FDI), el ataque fue justificado como un «daño colateral» inevitable durante una operación dirigida a «neutralizar un centro de mando y control de Hamás» que supuestamente operaba desde el subsuelo de la instalación. Las FDI afirmaron que se habían enviado advertencias previas y que el edificio contenía combatientes. Sin embargo, no se presentó ninguna prueba concreta que respaldara estas afirmaciones, y los hechos sobre el terreno contradicen directamente esta narrativa.

Por otro lado, fuentes de inteligencia occidentales y periodistas de investigación han revelado que la información oficial es, en el mejor de los casos, un encubrimiento. La clínica, gestionada por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA), era una de las últimas infraestructuras sanitarias en funcionamiento en el norte de Gaza. El bombardeo, según estas fuentes, fue un acto deliberado diseñado para acelerar la evacuación forzada de la población civil que aún permanecía en la zona. El ataque fue un mensaje claro y brutal: ya nunca más habrá un lugar seguro en Gaza y nunca más el pueblo palestino tendrá garantías de nada, entonces, o se van o desaparecen. Aun así, resulta irónico porque no tienen cómo irse. Están encerrados en las cámaras de gas. Muertos los quieren y muertos los tendrán, a fin de cuentas, cuando en un futuro se hable de «los sobrevivientes» y se hagan películas lloricosas al respecto de todo este horror, y ya no habrá un John Williams que componga la banda sonora.

Del crimen de guerra a la transformación del Estado

El misil que destruyó la clínica no fue solo un instrumento letal. Fue la manifestación práctica de una lógica política que busca la expulsión sistemática de lo humanitario. Denunciar el genocidio ya no es suficiente si no va acompañado de una respuesta política activa. El plan de ocupación total de Gaza no es un acto defensivo; es una transformación estructural del crimen de Estado que desafía el orden internacional que supuestamente lo prohíbe. Cuando un Estado decide que la solución a un conflicto es la aniquilación y la conquista, y el resto del mundo mira hacia otro lado, todos nos volvemos cómplices de esa decisión. Es, en última instancia, una autoinculpación silenciosa de la comunidad internacional ante su propio fracaso moral y legal.

Fuente: pressenza.com