noviembre 20, 2025
Portada » Blog » Cuando el dolor se convierte en esperanza: el Premio Seán MacBride por la Paz en Berlín

Cuando el dolor se convierte en esperanza: el Premio Seán MacBride por la Paz en Berlín

Hay noches en las que la esperanza es difícil, pero aún así brilla. La entrega del Premio Seán MacBride por la Paz de la Oficina Internacional por la Paz (IPB) el 10 de noviembre en Berlín fue una de ellas. Personas que han sufrido profundamente hablaron con el lenguaje silencioso pero inquebrantable de la humanidad. Y una noche en la que quedó claro que la paz no la crean los poderosos, sino aquellos que, a pesar de todo, siguen creyendo en ella.

Un premio con historia y un raro momento de credibilidad

El Premio Seán MacBride lleva el nombre de un hombre que aprendió por sí mismo lo que la violencia hace a las personas. A los 15 años, MacBride se unió al IRA y, ya de adulto, se convirtió en una de las autoridades morales en materia de desarme, derechos humanos y justicia internacional. Su frase decisiva, «We the peoples, not we the governments» (Nosotros, los pueblos, no nosotros, los gobiernos), flotaba invisiblemente sobre las cabezas de los asistentes esa noche.

Entre belicistas y premios de la paz: por fin, un galardonado digno

En los últimos meses, parecía haberse convertido casi en una forma de arte político otorgar premios de la paz a personas o instituciones que tienen tan poco que ver con la paz como una cerilla con la protección contra incendios.

  • Un Premio Nobel de la Paz a la política venezolana María Corina Machado, que aboga por sanciones letales contra su país y una invasión.
  • El Premio de la Paz de los Libreros Alemanes a Karl Schlögel, cuyo lenguaje es más confrontativo que conciliador y que apoya la escalada de la guerra en Ucrania.
  • El Premio de la Paz de Westfalia a la OTAN, una alianza que defiende el rearme y la guerra.

Por eso, esta velada en Berlín fue aún más liberadora, casi un alivio: por fin un premio de la paz que merece ese nombre. Uno que no premia las lealtades geopolíticas, sino el coraje, la vulnerabilidad y el anhelo de un futuro sin muertos.

Los galardonados de 2025: padres que hacen lo impensable y una sociedad civil que tiende puentes

La Oficina Internacional por la Paz concede este año el Premio Seán MacBride de la Paz a dos organizaciones: el Parent Circle – Families Forum (PCFF) y la Alliance for Middle East Peace (ALLMEP). El Parent Circle es una asociación única de más de 700 familias israelíes y palestinas que han perdido a sus seres queridos en el conflicto y, sin embargo, han decidido que su dolor no debe convertirse en nuevo dolor para otros. Las dos codirectoras generales, Ayelet Harel y Nadine Quomsieh, recibieron el premio en nombre de los miembros.

ALLMEP, por su parte, es una red de más de 180 organizaciones de la sociedad israelí y palestina que trabajan por la paz a nivel local de diversas maneras: mediante proyectos educativos, diálogos entre jóvenes, trabajo de defensa política o apoyo para superar traumas. La alianza también aboga por la creación de un fondo internacional para la paz entre israelíes y palestinos, inspirado en un modelo que contribuyó de manera decisiva al éxito del Acuerdo del Viernes Santo en Irlanda del Norte. Ambas organizaciones comparten la convicción fundamental de que la paz surge desde abajo.

Los discursos: voces que transmiten dolor y esperanza al mismo tiempo

Sean Conner, director ejecutivo del IPB: «Debemos escuchar a las personas, no a los gobiernos».

El director ejecutivo del IPB, Sean Conner, inauguró la ceremonia de entrega de premios con un emotivo recuerdo de por qué Seán MacBride, fundador del IPB y cofundador de Amnistía Internacional, era un ganador tan inusual del Premio de la Paz: porque sabía a qué huele la violencia. Conner destacó que MacBride dejó una obra que aún hoy nos enseña que este premio pertenece a «aquellos que conocen el verdadero coste humano de la guerra».

Partiendo de esta postura, Conner centró su atención de forma consecuente en las personas, no en los actores políticos: «Debemos escuchar a las personas, no a los gobiernos». Dejó claro que PCFF y ALLMEP realizan precisamente el trabajo que los gobiernos suelen reconocer solo cuando ya es demasiado tarde. Su imagen central fue una inversión de la lógica del poder: «No son los Estados los que hacen la paz. Son las personas las que hacen posible la paz».

Al mismo tiempo, Conner advirtió: «El futuro seguirá estando en peligro si no se involucra a la sociedad civil». Pero también encontró palabras de aliento: «La esperanza que escuchamos hoy demuestra que es posible un futuro, un futuro basado en la seguridad, la dignidad y la libertad para todos».

Para terminar, se dirigió directamente a los galardonados y destacó su valentía: «Tenéis el valor de dejaros ver. Hoy estamos aquí para veros y escucharos». En ese momento, la frase «Vuestro valor se ve» sonó como un mensaje de un futuro mejor, un futuro que pertenece a aquellos que conocen la herida.

Ayelet Harel: cuando el dolor se convierte en un puente

Cuando Ayelet Harel, codirectora israelí de PCFF, se acercó al micrófono, la sala pareció de repente más frágil. Habló con calma, pero con un tipo de emoción que no se puede ocultar. Habló de su hermano, que murió en la primera guerra del Líbano, y de que la pérdida de un ser querido permanece para siempre, pero puede transformarse en un compromiso con la paz y la reconciliación: no era una frase retórica, sino una confesión.

Habló de cómo le duele el corazón ante lo ocurrido el 7 de octubre y, al mismo tiempo, ante la «destrucción inimaginable» en Gaza. A continuación, pronunció la frase que se repetiría a lo largo de toda la velada como denominador común de todos los discursos:

«No, no es una realidad simétrica. Pero es una humanidad común».

Y precisamente porque esta realidad no es simétrica, hay que tomarse doblemente en serio la responsabilidad moral. Su llamamiento a Alemania fue claro y contundente:

«Por favor, no elijan entre bandos. Utilicen su historia y su voz moral para promover la igualdad y la paz».

Fue uno de esos momentos en los que se produjo un silencio palpable, un silencio en el que todos los presentes sintieron lo que estaba en juego.

Nadine Quomsieh: «No hay competencia en el dolor»

Nadine Quomsieh, la codirectora palestina de Parent Circle, continuó donde Ayelet había dejado y llevó a los oyentes más profundamente al brutal presente.

Describió Gaza con palabras que no dejaban lugar a eufemismos: barrios destruidos, niños que aprenden palabras como «ataque con drones, escombros, huérfano» antes de aprender a leer. Mujeres que dan a luz en tiendas de campaña. Personas que noche tras noche no saben si volverán a ver el amanecer. Pero al mismo tiempo habló de familias israelíes cuyas vidas nunca volverán a ser las mismas después del 7 de octubre.

Y entonces llegó la frase que resumió toda la velada, una frase que se erigió como una guía moral contra el embrutecimiento global:

«No hay competencia en el dolor. Solo hay pérdida».

Habló de lo inimaginable: que desde octubre, la PCFF ha acogido a 125 nuevas familias en duelo, tanto israelíes como palestinas.

Su voz no se quebró, sino que vibró.

«Encontrarse después de una pérdida, hablar juntos después de un trauma, rechazar el odio, incluso cuando se esperaba que odiáramos. Personas que han enterrado a sus seres queridos. Y, sin embargo, se niegan a utilizar su propio dolor como arma o a justificarlo con el dolor de otra familia. Esto no tiene nada que ver con la coexistencia. Se trata de humanidad».

Fue una de las frases más claras de la noche, una especie de manifiesto silencioso.

La sociedad civil como fundamento, no como nota al pie

Miro Marcus, de ALLMEP, cambió entonces el punto de vista: lejos del dolor individual, hacia la esperanza estructural. Informó de que, a pesar de la guerra, el trauma y la resignación internacional, más del 60 % de las organizaciones miembros han continuado su trabajo, muchas incluso más que nunca.

Habló de 400 israelíes y palestinos que se reunieron en París mientras sus familias eran blanco de ataques con cohetes y que formularon allí propuestas políticas que más tarde se incorporaron a la Declaración de Nueva York.

«La paz no solo se negocia. La paz se construye. Y para ello se necesita a las personas que están aquí hoy».

La idea de un fondo internacional para la paz que presentó de repente ya no parecía lejana, sino un modelo que debería haber existido desde hacía mucho tiempo.

«Amor en lugar de odio»: el llamamiento de Dolev a la humanidad radical

Sharon Dolev, miembro de la junta directiva de IPB y directora ejecutiva de METO, se mostró profundamente conmovida y elogió el extraordinario valor de los galardonados. Recordó que las guerras suelen tener solo dos finales —«la destrucción de una de las partes o un acuerdo»— y que, en las circunstancias actuales, es difícil imaginar que se pueda defender la paz de forma tan consecuente.

Refiriéndose al PCFF y al ALLMEP, dijo:

«Lo que hacéis es casi inhumano: elegir el amor en lugar del odio tras haber sufrido una pérdida».

Destacó lo difícil que es trabajar por la paz cuando las personas viven bajo una amenaza real:

«Es extremadamente difícil cuando caen bombas y el miedo grita».

Dolev criticó la expectativa de una paz perfecta y calificó el rechazo de soluciones realistas como una forma de prejuicio.

Los Estados están bloqueados en su capacidad de decisión, mientras que la sociedad civil es la verdadera fuerza del cambio:

«Cuando los Estados y los estadistas se sientan en la sala, parece casi como si estuvieran atrapados en trajes de hormigón. Carecen del poder, la capacidad y el valor para ser creativos, moverse, mantener una conversación auténtica. Esa tarea nos corresponde a nosotros, la sociedad civil».

Para terminar, dio las gracias por el premio y expresó su deseo:

«Espero que vuestro trabajo nos dé lo que todos merecemos: la paz en Oriente Medio».

Una velada que no minimiza el dolor, pero que hace posible la esperanza

Lo que hizo especial a esta velada fue que nadie intentó comparar el sufrimiento de unos con otros. Nadie habló de «víctimas iguales», nadie relativizó. Al contrario: el reconocimiento de las diferencias era un requisito previo para el reconocimiento de los puntos en común.

El ambiente no era festivo, sino serio. No era sombrío, sino claro. No era sentimental, sino humano. Fue el tipo de velada tras la cual no se cambia el mundo de inmediato, pero sí la propia visión del mismo. Un futuro que no es inevitable, ni en un sentido ni en otro.

Al final quedó una sensación que se ha vuelto poco común en los ámbitos políticos: la intuición de que las personas pueden cambiar las cosas si tienen el valor suficiente para sentir de manera diferente al resto de la sociedad. El Premio Seán MacBride 2025 fue otorgado a quienes lo pagaron muy caro: con sus familias, sus hijos, sus hermanos.

Tendrían todas las razones para permanecer en el odio. Hacen lo contrario. Quizás sea el mayor acto de paz que conoce el presente.

Y quizás esta velada en Berlín no fue solo una entrega de premios, sino una prueba silenciosa de que la paz, como dijo Nadine Quomsieh, no es capitulación, sino valentía. No es debilidad, sino determinación. No es utopía, sino una decisión diaria. Una decisión que se hizo visible esa noche. Y que, esperemos, sea contagiosa.

Fuente: pressenza.com