Cuando la ciencia eleva: una mirada íntima y planetaria al despegue de CREW-11

El cielo se abrió no solo sobre Florida. También sobre mi pecho.
Lo vi en vivo, frente a la pantalla, pero con la intensidad de quien presencia algo más que un lanzamiento: una afirmación de lo que aún somos capaces de hacer con belleza, precisión y sentido. Me quedé sin palabras al ver el regreso perfecto de la primera etapa del cohete Falcon 9, como si la gravedad misma le rindiera homenaje al genio humano. Y cuando vi la imagen desde dentro del módulo de servicio, con la Tierra al fondo —pequeña, intacta, azul—, comprendí que hay momentos en que el alma se arrodilla, sin que nadie lo note.
La misión Crew‑11, lanzada el 1 de agosto de 2025 a las 12:09 PM (hora del Este) desde el Centro Espacial Kennedy, marca el undécimo vuelo tripulado del programa comercial entre NASA y SpaceX. La cápsula Dragon Endeavour, montada sobre un Falcon 9 reutilizado, transporta a cuatro astronautas rumbo a la Estación Espacial Internacional: Zena Cardman y Mike Fincke (NASA), Kimiya Yui (JAXA) y Oleg Platonov (Roscosmos). No solo representan la excelencia técnica de sus respectivas agencias. Representan, en conjunto, la posibilidad persistente de cooperación entre naciones incluso en tiempos de tensión geopolítica.
Pero lo que me atravesó —no puedo decirlo de otro modo— fue ver al cosmonauta ruso sonriendo, lleno de alegría auténtica, flotando junto a sus compañeros. En ese instante entendí que la ciencia, cuando no está capturada por intereses mezquinos ni arrastrada por banderas, puede ser una forma sublime de redención.
El lanzamiento había sido reprogramado desde el día anterior debido al mal tiempo. Fue seguido en vivo por miles de personas desde los canales oficiales de NASA y SpaceX, y coincidió simbólicamente con la cuenta regresiva hacia el 25° aniversario de presencia humana continua en la ISS, que se cumplirá el 2 de noviembre de 2025. La Crew‑11 reemplazará a la Crew‑10 en la estación, y su permanencia está planificada para al menos seis meses, con posibilidad de extenderse a ocho, según evaluaciones técnicas del hardware.
La misión no solo transporta humanos. Lleva experimentos sobre biología celular, inteligencia artificial en órbita, observación climática desde la estratósfera, y materiales adaptativos para futuras misiones lunares. Pero nada de eso sería suficiente para explicar lo que se sintió cuando escuché las voces de los cuatro astronautas enviando su saludo desde la órbita terrestre. Ninguna interferencia. Ningún ruido. Solo una voz humana —y otra, y otra— flotando en el espacio, hablándole a la Tierra.
La historia de los vuelos espaciales está plagada de épica, propaganda y tragedias. Pero también de silencios compartidos, como el que se siente cuando, frente a la pantalla, se ve flotar un módulo en dirección a su acoplamiento, mientras la Tierra gira lentamente detrás. Ahí no hay fronteras. No hay mercado. No hay ideología.
Solo humanidad.
Cuando vi el regreso vertical de la primera etapa, me pareció un poema en cámara lenta. Cuando vi el resplandor del planeta desde el módulo de servicio, entendí que la tecnología puede ser una forma de contemplación. Cuando vi la expresión de Platonov —y no pude evitar imaginar lo que él estaba sintiendo en ese instante—, supe que estamos ante una forma de redención.
La ciencia, en su forma más pura, no es neutra: es profundamente ética. Nos obliga a colaborar, a ser rigurosos, a pensar en el bien común. Lo que presencié hoy, y lo que presenciaron millones conmigo, no fue solo el éxito de una misión. Fue la demostración de que aún somos capaces de elevarnos —literal y simbólicamente— por encima de las ruinas que hemos dejado en la Tierra.
No tengo palabras para describir la serenidad que dejó en mí esa imagen de la Tierra desde el espacio. Pero sí tengo certeza: ese lanzamiento no fue sólo un evento astronáutico. Fue, para quienes pudimos verlo y sentirlo, un recordatorio del rumbo que aún podríamos tomar como especie.
Si alguna vez volvemos a mirar al futuro con esperanza, será porque aprendimos a mirar la Tierra desde afuera… y no nos gustó verla rota.
Fuente: pressenza.com