Daniel Schultz, objetora de conciencia israelí: «Me niego a alistarme porque es lo más humano que puedo hacer»
Me llamo Daniel Schultz, tengo 19 años y crecí en una familia liberal en Tel Aviv. Durante la mayor parte de mi adolescencia, mi actividad política se desarrolló en la organización juvenil Yesh Atid, donde adopté la convicción fundamental de que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) son el ejército más moral del mundo y que todas sus acciones están justificadas. A los 16 años empecé a estudiar en una escuela mixta israelí y palestina. La opresión que sufrían mis compañeros palestinos me reveló la falsedad de la visión del mundo en la que había crecido y me hizo comprender que el uniforme que creía que protegía a todos, desde el río hasta el mar, era en realidad la mayor amenaza para mis compañeros y un símbolo de su continua opresión. Por lo tanto, decidí rechazar el alistamiento.
Mi rechazo no es un acto heroico. No me niego porque crea que mi acción individual cambiará la realidad, y no creo que mis decisiones como israelí merezcan una atención central en el debate sobre la liberación palestina. Me niego porque es lo más humano que se puede hacer. Ante niños muertos de hambre, pueblos enteros desarraigados violentamente y civiles enviados a campos de tortura, no hay otra opción.
La sociedad israelí en su conjunto tiene un papel en la configuración de la horrible realidad del pueblo palestino. No es “complicado”, no hay “excepciones a la regla” y los discursos sobre la inocencia o la moralidad de los individuos en una sociedad cuya esencia es el derramamiento de sangre y la supremacía racial, son irrelevantes.
El discurso intra-israelí siempre ha condicionado la libertad del pueblo palestino –incluso su derecho a existir–, en función de su efecto sobre la seguridad israelí. Desde la derecha, que afirma que solo la ocupación y la construcción de asentamientos garantizarán la seguridad, hasta la retórica de la izquierda sionista proclama que “¡solo la paz traerá seguridad!”. La resistencia de los palestinos a su opresión y a su condición de colonizados siempre se considera una amenaza a esa seguridad y va seguida de actos de venganza, cometidos por el Estado de Israel y apoyados ciegamente por la sociedad israelí. En Gaza, Cisjordania y los 48 territorios internos, el Estado de Israel y sus ciudadanos imponen un régimen de pesadilla al pueblo palestino, mientras la opinión israelí dominante considera que cualquier medida de este tipo responde a una “necesidad de seguridad”.
Un país cuya seguridad requiere el exterminio de otro pueblo, no tiene derecho a la seguridad. Un pueblo que decide cometer un holocausto contra otro pueblo, no tiene derecho a la autodeterminación. Un colectivo político que decide borrar a otro pueblo, no tiene derecho a existir.
Los israelíes que portan armas no son los únicos responsables de la opresión del pueblo palestino. Es cierto, son ellos los que masacran, matan de hambre, ejecutan, colonizan, reprimen, limpian y borran barrios enteros, ciudades, poblaciones. Es cierto, sin ellos el holocausto de Gaza no habría podido ocurrir y son directamente culpables de crímenes contra la humanidad. Pero los que visten uniforme no podrían cometer crímenes tan graves sin el apoyo inequívoco de la sociedad civil israelí. Tras 77 años de ocupación y dos años de genocidio en Gaza, la sociedad israelí sigue tratando a sus soldados como héroes. En lugar de condenar al ostracismo a los asesinos, los celebramos, los saludamos y les damos luz verde para que vuelvan a la vida como civiles supuestamente normales.
El genocidio de Gaza también ha tenido un impacto en la sociedad israelí, pero en lugar de rebelarse, las ONG civiles han hecho todo lo posible por adaptarse a él. El apoyo a las familias de los reservistas, la remodelación de los refugios, las salas de operaciones civiles, todo eso para minimizar el precio que pagan los israelíes por el genocidio. En lugar de la desobediencia civil, hemos creado un apoyo civil. En lugar de resistirse al genocidio, los críticos del Gobierno se quejan de la eficiencia en la gestión de la “guerra”. En lugar de negarse al alistamiento, compiten en el número de días de servicio en la reserva. La oposición y los grupos de protesta declaran “no en nuestro nombre”, y al mismo tiempo saludan al ejército israelí y a sus combatientes.
Desde que se firmó el acuerdo de alto el fuego, Israel lo ha violado decenas de veces. Aunque la disminución de las muertes diarias me produce un enorme alivio, las imágenes de niños muertos de hambre, pueblos enteros desarraigados violentamente y civiles enviados a campos de tortura, no han cesado. El mismo acuerdo, concebido desde el principio para apaciguar a Israel y Estados Unidos —los responsables directos del genocidio—, se viola sin cesar. Este acuerdo no tenía por objeto mejorar la situación de los habitantes de Gaza y, en esencia, tiene un único objetivo: mantener la superioridad de Israel a costa de la sangre de Palestina.
Una sociedad capaz de estos actos está enferma. En todo el mundo vemos superpotencias que “defienden” sus fronteras ficticias con una fuerza desproporcionada y ejércitos asesinos. El militarismo y la normalización de la integración del ejército en la sociedad civil, hacen que estas sociedades sean más violentas y causen daños irreparables a su tejido humano. Su nacionalismo sirve de excusa para oprimir y aniquilar a otras naciones y como causa de guerras sangrientas. El Estado de Israel y la idea sionista en la que se basa, son un ejemplo de ese mismo chovinismo nacional sádico. Todas sus instituciones, desde las Fuerzas de Defensa de Israel hasta la Autoridad de Naturaleza y Parques, están plagadas de asesinatos y sed de sangre. Esta plaga no proviene del genocidio de Gaza, sino de 77 años de ocupación y apartheid y de su ideología dominante. La sociedad israelí no tiene ninguna posibilidad de rehabilitarse mientras el sionismo siga siendo su principio básico.
Daniel Schultz se presentó el domingo por la mañana en la oficina de reclutamiento de Tel Hashomer y anunció su negativa a a servir en el ejército, en protesta por el genocidio y la ocupación. Actuó legalmente y fue condenada a 20 días de prisión. En una medida inusual, tras el juicio, Schultz fue enviada a casa a la espera de la reunión del comité que se ocupa de la objeción de conciencia.
Fuente: pressenza.com
