De radares, cárceles y drogas
En diversas ocasiones y a varios periodistas les había dicho que el radar de Montecristi se dañaría en unos tres meses. Pequé de optimista, pues solo bastaron 10 días para que se dañe un engranaje y provoque una explosión, dejándolo fuera de servicio. O al menos eso dicen que pasó, y que conste que no era un radar chino, lo que de paso revindica a los radares chinos que se instalaron en la frontera con Colombia, pues no se dañaron por ser chinos, sino porque alguien los daño, y al parecer se los puede dañar desde el interior de sus propios custodios.
Si el poder económico que genera el tráfico de drogas es capaz de permear hasta a las instituciones públicas con mayor credibilidad, como son las Fuerzas Armadas, qué se puede decir de la frágil institucionalidad política, históricamente inclinada hacia la corrupción. El poder de los traficantes de drogas no se lo podrá combatir con las mismas herramientas y mecanismos de seguridad que ya han sido probados y que han mostrado solo su fracaso; la “guerra contra las drogas” es un fiasco.
También en diversas ocasiones, y siguiendo el análisis que hace Michel Foucault, en su libro “Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión”, he sostenido que las crisis carcelarias son una constante que permite al poder tener el control de la sociedad a través del miedo; solo así se puede explicar una masacre tras otra, un escenario en el que, solo en este año y luego de más de 300 muertos en masacres predecibles y prevenibles, el gobierno y sus voceros quieren mirar esta tragedia como parte de una guerra de carteles mexicanos de la droga; una guerra que también, dicen, se manifiesta en la serie de sicariatos por el control territorial del mercado nacional. No estoy seguro de que los dos escenarios sean directamente proporcionales a pesar de que sean las mismas mafias organizadas las que se enfrentan en las dos instancias.
Fuente: Richard Sellán Bajaña