Desregular para liberar: educación más allá de la burbuja social

La discusión sobre la selección en los establecimientos escolares en Chile ha estado mal enfocada. No se trata solo de justicia o mérito. En el fondo, lo que subyace es una lógica perversa: que la calidad de la educación es el resultado del nivel socioeconómico y cultural de quienes asisten a una escuela más que por el proyecto pedagógico o la capacidad docente. Así, las familias buscan «mejores escuelas», pero lo hacen siguiendo mapas de segregación social.
La pregunta que debemos hacernos es profunda y urgente: ¿qué viene primero, agrupar según origen social o nivelar hacia arriba el sistema completo?
Mientras no tengamos el coraje de reformar desde lo estructural, seguiremos atrapados en esta trampa: la calidad se asocia al entorno, no al contenido ni al proceso. ¿Por qué no preguntarnos por qué hay tan pocas buenas escuelas en los sectores más vulnerables? ¿O por qué permitimos que la educación se organice como un mercado de estatus y no como un derecho universal?
El currículum chileno, además, contribuye a esta distorsión. Está saturado de asignaturas, objetivos y contenidos. No deja espacio para la reflexión, la creatividad, el trabajo en equipo, ni el pensamiento crítico. Lo confirma la evidencia y la experiencia: durante la pandemia, cuando el Ministerio de Educación redujo las exigencias curriculares y otorgó mayor libertad a los equipos docentes, muchos informes reportaron que el aprendizaje fue más profundo y significativo. Cuando se desregula y se confía en el criterio profesional, florece la educación real.
Entonces, ¿por qué volver a la camisa de fuerza del currículo tradicional? La respuesta está en la estructura burocrática y centralista del sistema, que no solo regula contenidos, sino que asfixia a los docentes con tareas administrativas inútiles. Convertimos a profesores y profesoras en oficinistas que deben llenar formularios, registrar planificaciones y rendir cuentas constantemente. Esa es la “calidad” que exige el sistema: control, no aprendizaje.
Desregular no significa dejar sin orientación. Significa definir un mínimo común desde el Ministerio, y desde ahí, confiar en los equipos docentes para diseñar proyectos pedagógicos que respondan a su entorno, sus estudiantes y su comunidad. La creatividad educativa no se decreta desde Santiago. Se cultiva en la sala de clases, cuando se confía y se libera.
La experiencia de escuelas como la Básica Unidocente G-47 El Guayacán en Cabildo, donde el premiado profesor Patricio Vilches ha demostrado cómo la autonomía docente y la conexión emocional con los estudiantes generan felicidad y aprendizaje, es una señal clara: necesitamos menos rigidez y más confianza.
Chile no necesita más simulacros de calidad construidos sobre rankings, pruebas estandarizadas y segregación. Necesita comunidades educativas diversas, apoyadas, felices y empoderadas. Eso solo será posible si dejamos de administrar la educación desde el miedo y comenzamos a hacerlo desde la confianza.
Es tiempo de devolver la educación a quienes realmente la sostienen: los y las docentes. Desregular es liberar. Y liberar es educar de verdad.
Fuente: pressenza.com