El Candidato Fantasma 2 – Los candidatos imaginarios
3. Prototipo en Acción: El Partido como Algoritmo
La historia del Movimiento 5 Estrellas (M5S) comienza con el encuentro de dos figuras radicalmente opuestas: Gianroberto Casaleggio, un «nerd frío y visionario»
obsesionado con el poder disruptivo de internet, y Beppe Grillo, un comediante carismático descrito como una «bestia poderosa». Casaleggio comprendió a principios
de los 2000 que internet revolucionaría la política, pero también sabía que una plataforma puramente digital era demasiado fría para movilizar a las masas. Necesitaba
un «avatar de carne y hueso» para darle calidez y pasión al movimiento. Grillo fue ese avatar.
El resultado de esta unión fue el primer «partido-algoritmo» de la historia. La naturaleza del M5S puede entenderse a través de la analogía de Da Empoli: si la vieja
política es una tienda de videoclubes Blockbuster, el M5S es Netflix. Su modelo no se basa en una ideología fija, sino en un algoritmo diseñado para un solo objetivo:
satisfacer la demanda de los consumidores políticos en tiempo real. Si un tema «funciona» (genera likes, interacciones y consenso), se convierte en una bandera del
movimiento, sin importar si contradice posturas anteriores.
A pesar de su fachada de democracia directa y participación horizontal, la estructura de control del M5S era férreamente centralizada. Los propios hacker de Casaleggio la describen con la metáfora del hormiguero:
● Una masa de «hormigas» (los militantes), participan activamente, pero no conocen el plan general del hormiguero.
● Un «demiurgo» externo (la empresa privada Casaleggio Associati) observa el sistema desde arriba, controla el plan maestro, es dueño del logo del partido y, lo más importante, de todos los datos de los usuarios.
Este modelo, donde una empresa privada controla un movimiento político de masas y un «avatar» carismático canaliza la ira popular, demostró ser una temible máquina de poder. El modelo del ‘partido-algoritmo’ no fue era [MOU2] solo una innovación italiana; fue [MOU3] un presagio de que la política podía despojarse por completo de su anclaje territorial, preparando el escenario para su manifestación más pura y radical. El siguiente paso en su evolución sería aún más radical: un modelo donde el avatar ni siquiera necesita ser de «carne y hueso» presente en el país para ganar elecciones.
4. La Culminación: El Candidato Fantasma en Chile
El caso de Franco Parisi en Chile representa la materialización más extrema y pura de esta nueva forma de hacer política. Su éxito electoral, alcanzando un 13% de los votos en 2021 y un 19,52% en la primera vuelta de 2025, todo ello sin pisar territorio chileno durante las campañas, es la prueba definitiva de que las reglas del juego han cambiado para siempre.
Su triunfo se explica por la combinación de los factores teóricos analizados, aplicados al contexto chileno:
1. Liderazgo Carismático Digital y Ausencia como Valor: Parisi capitaliza un carisma puramente digital, construido a través de plataformas online. Prescinde
por completo de los vínculos territoriales tradicionales (visitas comunitarias, contacto personal). Su ausencia física, lejos de ser una debilidad, se convierte en su mayor activo: lo posiciona como un outsider total, incontaminado por la «política convencional». Esta es la explotación del ‘ciclo de validación social’ en su máxima expresión, donde la dopamina del reconocimiento digital sustituye por completo al apretón de manos en un acto de campaña.
2. Instrumentalización de la Desconfianza y el Voto de Castigo: En un Chile marcado por una profunda crisis de confianza institucional y malestar social, el
discurso de Parisi canaliza perfectamente el descontento: lo hace operando bajo la lógica del ‘Carnaval político’, donde su estatus de outsider y su lejanía de la ‘casta’ se convierten en sus principales credenciales de autenticidad. En un entorno donde los influencers son percibidos como más creíbles que los políticos y los medios tradicionales, su figura se apropia del populismo emocional, capitalizando el «asco» generado por la corrupción (un fenómeno similar al «efecto Milei») y el voto de castigo contra la clase política.
3. Funcionamiento como un «Fandom Digital»: La base de apoyo de Parisi no opera como un partido político tradicional. La prueba más clara fue su declaración de que, para decidir su apoyo en el balotaje, consultaría virtualmente a sus electores. Este gesto demuestra que su poder no se basa en la negociación política, sino en mecanismos de interacción online que refuerzan el vínculo afectivo con sus seguidores. Su base de apoyo, por tanto, no es un partido, sino la evolución chilena del ‘partido-algoritmo’ de Casaleggio: una plataforma posideológica diseñada para satisfacer la demanda emocional de sus ‘consumidores’ en tiempo real.
En definitiva, el asombroso éxito de Parisi es el resultado directo de la crisis de la política tradicional. En este nuevo paradigma, la autenticidad percibida y el carisma
digital han reemplazado por completo a la presencia territorial y la trayectoria partidaria como factores clave de influencia. Su caso nos obliga a mirar más allá de la política y a cuestionar la naturaleza misma de la realidad en la era digital.
Bienvenidos a la Era de la Política Cuántica
Hemos entrado en lo que Giuliano Da Empoli denomina la «política cuántica». Al igual que la física cuántica mostró] un universo donde la observación modifica la realidad y donde las partículas se comportan de manera impredecible, la política digital ha disuelto la idea de una realidad objetiva y compartida. Bombardeado por algoritmos que personalizan su flujo de información, cada individuo habita ahora su propia «burbuja», su propia versión del mundo, haciendo casi imposible un entendimiento colectivo.
El principio que guió a la democracia liberal, resumido en la advertencia de Daniel Patrick Moynihan —»Cada uno tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus
propios hechos»—, ha dejado de ser viable. En la política cuántica, los hechos mismos se han vuelto objeto de disputa, fragmentados en un multiverso de narrativas
irreconciliables.
Esta situación recuerda a la alegoría de la caverna de Platón, pero con una diferencia crucial. Ya no estamos todos encadenados mirando las mismas sombras en la pared. Ahora, cada uno de nosotros ve sus propias sombras personalizadas, proyectadas por un algoritmo invisible que hemos llegado a confundir con la realidad misma. La democracia, cuyo prerrequisito existencial es un ágora —un espacio común de debate y deliberación—, se enfrenta así a la paradoja de su propia disolución en un mundo donde ese espacio se ha desintegrado en un archipiélago de monólogos.El Algoritmo crea, induce, conduce, al interior de la mente.
Hace siglos, Maquiavelo intuyó que el poder posee una gramática propia, a menudo indiferente a las reglas de la moral o la razón. Los ‘ingenieros del caos’ no han hecho
más que traducir ese antiguo principio al lenguaje binario de nuestro tiempo. Han comprendido que en la era de la percepción fragmentada, el poder no reside ya en la
conquista del centro, sino en la orquestación de los extremos; no en la verdad, sino en la capacidad de construir la realidad más convincente para cada nicho, para cada
‘legión’. Han desatado fuerzas que apenas comenzamos a comprender, transformando el espectro de la política en el espectro del ‘candidato fantasma’, una entidad que ya no necesita cuerpo, solo una conexión.
Fuente: pressenza.com
