El espejo de las urnas, entre la dignidad y la ultraderecha

“Chile entra en tiempo de definiciones. No es una elección más. Es una disputa entre avanzar con dignidad o retroceder con miedo. Entre el futuro y las sombras”.
Nos llaman a votar con entusiasmo… por lo que hay. Votar será obligatorio, pero nadie nos asegura que realmente valga la pena. El país se divide entre los que quieren volver a los 90, los que añoran los 80, y los pocos que intentan empujar al siglo XXI.
Nos dicen que el voto obligatorio fortalece la democracia, pero se olvidan de contarnos que la oferta electoral sigue en manos de los mismos partidos que llevan décadas negociando entre ellos. Nos llaman a cumplir un deber cívico, pero no han cumplido su deber político, ofrecer dignidad, ideas nuevas, ni mucho menos esperanza. Lo verdaderamente obligatorio debería ser que la política vuelva a merecer el voto de un pueblo herido
La Derecha, tres nombres, un solo fantasma
• Evelyn Matthei:
«La dama de hierro… pero versión compacta. Fue ministra de Pinochet, luego de Piñera, y ahora de sí misma. Habla de orden, pero carga con el desorden moral de un país desigual.»
• José Antonio Kast:
«El candidato que siempre parece a punto de invadir Polonia. Ultraconservador, ultracatólico y ultrapasado de moda.»
• Johannes Kaiser (si asoma):
«Ultra sin matices. Representan la patria del garrote, el púlpito y el foso común.»
Diagnóstico conjunto. Tres rostros, un mismo programa, mano dura, recorte de derechos, nostalgia dictatorial. Nada nuevo, salvo el fuerte perfume de la ultraderecha.
La Izquierda oficialista, en busca del heredero
• Carolina Tohá (PPD):
«Experiencia le sobra, pero también le pesa. Es la encarnación de la ‘Concertación 3.0’, bien vestida, bien hablada, y perfectamente funcional al empresariado.»
• Camila Vallejo (no corre, pero símbolo).
«Ella no postula, pero su figura ronda. Es el fantasma de lo que pudo ser una izquierda radical con ternura. Hoy atrapada en las paredes del Ministerio.»
• Jeanette Jara (PC):
Ministra de Boric, dirigente estudiantil en los 90. Cercana al pueblo, conocedora del Estado. Pero arrastra la mochila pesada del Partido Comunista, estructura cerrada, discurso institucional, y escasa llegada a los votantes flotantes.
• Gonzalo Winter (FA).
Aquí hay algo distinto. Joven, audaz, con calle y con libros. No viene de las comisiones, viene de la protesta. No habla como ministro, habla como ciudadano informado. Y eso, hoy, es revolucionario El único que huele a futuro. Joven, irreverente, preparado. Comete errores, pero no los repite. Es hijo del 18-0, no de los acuerdos de 1990. Aquí se plantea con fuerza, Winter representa la patria nueva. Los otros, por muy respetables que sean, pertenecen al álbum del siglo XX.
¿El voto obligatorio?
¿Libertad o chantaje democrático?
Votar es obligatorio. Pero elegir entre figuras impuestas por partidos envejecidos es casi una farsa cívica. Salvo el Frente Amplic ningún partido ha renovado ideas ni biografías. El sistema obliga a elegir entre el olvido o la repetición. Dónde está la democracia real si todo está preasignado desde cúpulas partidarias? Votar por obligación no es participación, es rutina sin convicción. Nos obligan a votar, pero no a tener opciones reales. El voto es libre… hasta que te obligan a elegir lo que otros ya decidieron.
Boric, el peso de un presidente en campaña sin ser candidato
Gabriel Boric no va en la papeleta, pero decide miles de votos. Su apoyo puede construir una mayoría. Su historia, su dignidad en la ONU, su papel en derechos humanos, pesan más que mil slogans. No va en la papeleta, pero Gabriel Boric está más presente que nunca. Su influencia será decisiva, arrastra juventud, coherencia y una épica que los otros temen. Su defensa de los derechos humanos, su voz en foros internacionales, y su consecuencia con sus errores y aciertos lo convierten en un árbitro de peso. Boric no necesita postular, su sombra pesa más que las campañas ajenas. “El que no lo entienda, pierde”.
Los jóvenes
Chile es de ellos, de los jóvenes, aunque aún no se los digan. En los jóvenes está el futuro.Ellos no votan por miedo, ni por tradición, ni por apellido. Winter es un guiño a ese Chile que no fue criado en dictadura, sino en redes, estallidos y esperanza. Por eso hay temor, porque si gana uno de ellos, se acaba la fiesta de los de siempre. La juventud, el fantasma de los que aún no votan en masa. El 18-0 no fue obra de partidos ni de líderes tradicionales. Fue la voz de los que no están en los directorios ni en las columnas de El Mercurio. Los jóvenes pueden cambiar la historia si se lo proponen. No tienen pasado que cargar. Tienen futuro que construir. Y ahí, Winter tiene una ventaja estructural, representa lo que viene.En un país envejecido en ideas, el mayor peligro es un joven con ideales nuevos.
La elección
Esta elección es un parteaguas. Chile elige avanzar con errores y dignidad, o retroceder maquillado de orden.No se vota por candidatos, se vota por memoria, por horizonte, por sobrevivencia. No se elige un candidato. Se elige un país. Orden sin justicia es solo miedo disfrazado. No hay futuro con los mismos de siempre pidiendo otra oportunidad. La ultraderecha no propone, amenaza con sonreír. Votar por nostalgia es rendirse sin pelear.
No hay paz posible si la historia se niega. Cuando el Congreso se vuelve un panfleto, la democracia pierde voz. No estamos en campaña, estamos en defensa propia.
Epílogo
En Chile ya suenan los tambores de las presidenciales, y el escenario está claro, una izquierda que se debate, discute y se encona en sus propias primarias, y una derecha que, aunque parezcan tres candidatos, son en realidad un solo bloque, el de la sumisión a la ultraderecha. Tres nombres, una sola agenda, restaurar los privilegios de siempre.
Por el lado de la izquierda, hay cuatro cartas en competencia. Cada una con matices, visiones, aciertos y torpezas. Pero el enemigo no está entre ellos. El enemigo está afuera, afilando los cuchillos para despedazar al que triunfe. Y mientras tanto, en los debates, los nuestros se hacen daño, se lanzan dardos como si el verdadero problema fuera la diferencia entre una coma y un punto y coma. Hermosa forma de regalarle la bencina a la derecha para que incendie la casa común.
Porque sí, en Chile todavía hay una casa común. Aunque está vieja, agrietada y maltratada políticamente, sigue de pie. Y la derecha quiere hacerla añicos para levantar una fortaleza de cemento, con cercos eléctricos, cámaras, represión preventiva y un modelo de país diseñado para los mismos de siempre. Volver 35 años atrás, pero con internet. Eso es lo que nos ofrecen.
La derecha se presenta como orden, como experiencia, como gestión. Pero detrás de ese barniz hay miedo. Miedo a la ciudadanía movilizada, a los estudiantes, a las mujeres organizadas, a los pueblos indígenas que exigen justicia. Miedo a que Chile despierte de nuevo. Porque saben que el estallido social fue un rugido histórico, un “no más” a cien años de opresión. Y lo que quieren no es paz, es obediencia. No es justicia, es control. No es libertad, es mercado.
Y no podemos dejar de mirar a un actor clave, el presidente Gabriel Boric. A pesar del cerco mediático, de la oposición rabiosa, de los errores propios y del Congreso bloqueado, Boric sigue de pie. Su figura será decisiva. Su voz, su despliegue, su respaldo a quien triunfe en las primarias será la diferencia entre llegar o no a La Moneda. Y más vale que lo entienda bien la izquierda, porque sin unidad, no hay victoria.
Y sin Boric, no hay puente posible hacia la mayoría.
Y MEO siempre está. Tiene ideas, tiene energía, pero también tiene un historial. Y hoy, más que sumar, puede restar. No porque no tenga votos, sino porque los dispersa. Y en un país donde un 6% de “votantes mutantes” pueden decidir una elección, los caprichos personales pueden costar carísimo.
Chile es un país conservador, sí. Pero también es un país que se cansó. Un país que está lleno de rabia contenida, de frustración acumulada, de sueños postergados. No se engañen, el estallido no fue una anomalía. Fue el síntoma de una enfermedad crónica, el abuso.
Esta elección no es un trámite. Es un plebiscito moral. ¿Retrocedemos a los tiempos donde los derechos humanos eran letra muerta? ¿Donde el Estado se arrodillaba ante las grandes fortunas? ¿Donde opinar diferente era peligroso?
O avanzamos, imperfectos pero con dignidad, hacia un país que se atreva a mirarse al espejo y decir, nunca más.
Este no es un ciclo electoral más. Es una batalla por el alma del país. Votar por la derecha es entregar la democracia a quienes la temen. Votar por los mismos de siempre es prolongar el letargo. Pero atreverse a elegir con conciencia histórica, con memoria y con coraje, es un acto revolucionario. Y votar por los jóvenes ahora es mas que un desafío , es una obligación de nueva vida política.
Las urnas no solo reciben votos, reciben sueños, derrotas, rabias y esperanzas.
Y esta vez, lo que escribamos con lápiz azul puede ser el primer párrafo de un nuevo país… o el epitafio del que quisimos cambiar.
Fuente: pressenza.com