agosto 1, 2025
Portada » Blog » El militante freelance

El militante freelance

Vivimos tiempos de profunda desconfianza hacia la política tradicional. Una desconfianza que se expresa en la apatía electoral, en la desconexión con las estructuras partidarias clásicas y, sobre todo, en una creciente desorganización de los canales de militancia. En ese contexto, resulta fundamental pensar las campañas políticas desde una lógica rizomática: una estrategia descentralizada, abierta, adaptable, donde la fuerza no reside exclusivamente en la organización vertical, sino también en la red, en la multiplicidad de nodos que se activan cuando y donde pueden.

Esta fragmentación tiene múltiples causas, pero una central es el impacto del capitalismo de plataformas, que ha moldeado subjetividades profundamente individualizadas. Nos encontramos con generaciones formadas en entornos hiperconectados y, paradójicamente, solitarios. Donde las nociones de comunidad, pertenencia y trabajo colectivo ya no son dadas, sino que deben ser recreadas y resignificadas desde nuevas coordenadas culturales.

En ese marco, aparece con fuerza una figura que, lejos de ser menor, puede convertirse en clave para las campañas venideras: el militante freelance. Es esa persona que no responde a una orgánica, que no tiene un rol formal dentro de un espacio político, pero que decide involucrarse. Que aporta cuando puede, con las herramientas que tiene, desde su computadora o su celular. Que diseña un meme, edita un video, comenta en redes, reacciona, discute, comparte. Que opera desde la autonomía, sin necesidad de directivas, esperando una oportunidad para incidir.

Este fenómeno no es nuevo, pero sí ha sido capitalizado de manera más efectiva por sectores como La Libertad Avanza. Allí, la militancia freelance ha tenido un protagonismo notorio: comunidades digitales difusas, muchas veces violentas y tóxicas, pero claramente activas y alineadas en su dirección discursiva. No hay bajada de línea formal, pero hay una narrativa que circula, se apropia y se multiplica. Y eso genera una potencia comunicacional que los partidos tradicionales aún no han sabido leer ni canalizar con claridad.

El peronismo está en condiciones de hacerlo. No solo porque cuenta con una tradición militante enorme, sino porque aún conserva una narrativa con poder de interpelación. Pero debe aggiornarse. Entender que, además de los cuadros orgánicos —fundamentales y necesarios—, hoy existe otra forma de participación política que también es legítima, creativa y transformadora. No se trata de reemplazar lo orgánico por lo espontáneo, sino de pensar cómo pueden convivir y potenciarse.

En estos días han surgido grupos de WhatsApp que intentan armar comandos de campaña virtual desde diferentes sectores del peronismo: algunos cercanos a Sergio Massa, otros a La Cámpora, otros al espacio de Axel Kicillof. Y está bien que existan, pero también resulta evidente la confusión que reina sobre quién conduce y hacia dónde se va. Es en esa incertidumbre donde el militante freelance puede aportar: no desde la obediencia a una línea bajada, sino desde la convicción de una causa compartida.

Así como en el mundo laboral existen quienes prefieren el trabajo autónomo y rechazan la estructura del empleo tradicional de ocho horas, también en la militancia existen quienes se sienten más cómodos fuera de la lógica histórica de la orga. Personas que no quieren esperar la aprobación de un flyer, ni recibir la indicación de qué subir y cuándo. Que simplemente deciden actuar, porque lo que está en juego —los derechos, la democracia, la dignidad— les toca personalmente.

Multiviral fue construido desde esta lógica. Desde una voluntad de decir lo que quiero decir, cómo lo quiero decir y desde dónde quiero decirlo, sin tener que pedir permiso. Y sé que hay muchos otros en la misma. Creadores de contenido, artistas digitales, activistas espontáneos, comunicadores populares. Son los compañeros solitarios de esta campaña.

Por eso hablamos tanto de este concepto desde Multiviral. Porque es tiempo de tomar en serio a este actor político. Porque hay experiencias hermosas que ya lo están haciendo, que funcionan como espacios que agrupan gente suelta, gente sin una orga, pero con una dirección clara: construir comunidad, defender lo público, recuperar la alegría de militar.

Y son, muchas veces, estos militantes libres los que con más lucidez señalan las inconsistencias internas. Los que gritan: «pónganse de acuerdo», «dejen de disputar lugares por ego», «prioricen el proyecto colectivo». Porque están fuera de la lógica del reparto, y por eso mismo pueden mirar con más distancia, con más honestidad. Y también porque entienden que no hay tiempo que perder. Que la derecha avanza sin pausa, y que el frente nacional y popular necesita encontrar su centro, rápido.

Claro que esta visión puede incomodar a quienes defienden la militancia clásica. Y está bien que exista ese debate. Porque no se trata de desechar lo construido. Sino de ampliar los márgenes. De reconocer que las formas de lo colectivo han cambiado. Que las parejas, los vínculos, el trabajo, la política: todo está siendo redefinido. Y que no hacerlo implica quedar afuera.

La política, en muchos sentidos, es el último espacio que parece entender esto. Sigue hablando con categorías del siglo XX, mientras la subjetividad digital va por otro lado. Y por eso no sabe cómo cuidar al ciudadano que sufre: no sabe hablarle de salud emocional, de precarización afectiva, de miedo existencial. Pero ese ciudadano está ahí, esperando una señal, una comunidad, una lucha compartida.

La política debe adaptarse. No solo para ganar elecciones, sino para ser verdaderamente transformadora. Y para eso necesita abrir la puerta a estos nuevos militantes. Escucharlos, incluirlos, confiar en ellos. Porque no son menos por no estar en una lista. Son parte del mismo frente. Y quizás, sean quienes logren que el peronismo vuelva a enamorar, a entusiasmar, a ganar.

Fuente: pressenza.com