Elon Musk o el capitalismo frente al espejo
Elon Musk no tiene suficiente con ser el hombre más rico del mundo. Le gusta ser el protagonista de la historia, acaparar atención, provocar, exhibir sus odios, jugar a ser Dios. Quien hasta hace poco era caricaturizado como un caprichoso niño grande, rico, excéntrico y soberbio, se ha lanzado últimamente a la arena política global con su red social y su fortuna como principal arma, y ha empezado a inquietar a varios gobiernos occidentales al apoyar abiertamente a las respectivas extremas derechas.
El magnate lleva tiempo reproduciendo insistentemente sus bulos y sus discursos de odio, y ha emprendido una campaña de deslegitimación de las democracias liberales y de sus gobernantes, que, por otra parte, son quienes han permitido que personajes como él tengan hoy el poder de asaltarlas con su fortuna.
El multimillonario goza hoy de un inédito foco mediático tras la victoria de Donald Trump y su inclusión en el Departamento de Eficiencia Gubernamental del nuevo gobierno de los EE. UU., tras haber sido un activo clave en su campaña. Aunque ya se había colado en los debates políticos recientes desde que adquirió la red social Twitter, la rebautizó como X y la convirtió todavía más en un pozo de odio y desinformación en la que participa activamente marcando agenda y promocionando determinadas figuras políticas y mediáticas de la extrema derecha global. El hombre más rico del mundo se ha metido de lleno en un juego cuyas reglas no ha inventado él, y del que participan también los que hoy hacen aspavientos ante su entrada a la partida.
Fuente: questiondigital.com