octubre 30, 2025
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Estados Unidos y Canadá, materias primas y exterminio

“De las caravanas del oro a las minas de litio, el exterminio solo cambió de uniforme.”

Desde el siglo XIX hasta hoy, América del Norte ha construido su prosperidad sobre una paradoja que el discurso oficial nunca reconoce: el desarrollo de dos potencias democráticas fundadas sobre la explotación sin límites de territorios y pueblos. Estados Unidos y Canadá, presentados como modelos de civilización y progreso, levantaron sus imperios materiales sobre un proceso sistemático de despojo, extracción y silenciamiento. La expansión hacia el oeste, las reservas indígenas, las guerras por el oro, el petróleo, la madera o el trigo fueron capítulos de un mismo manual y es la acumulación por desposesión.

Detrás del mito del sueño americano y del Canadá “verde y justo” se esconde una historia de exterminio y es poblaciones originarias diezmadas, ecosistemas arrasados y recursos naturales convertidos en mercancía geopolítica. La lógica extractiva que moldeó sus fronteras sigue viva en el siglo XXI, ahora bajo nuevas formas que son, minería de litio en el norte, arenas bituminosas en Alberta, explotación de gas en reservas nativas, control de tierras raras y tratados comerciales que blindan a las corporaciones frente a las comunidades.

Ambos países, unidos por la frontera más extensa del mundo, comparten también un modelo de poder que transforma la naturaleza en renta y la diversidad en obstáculo. Bajo su aparente estabilidad democrática, el norte continental sigue siendo un laboratorio del capitalismo más depredador: el que se alimenta de la tierra y del olvido.

La historia de su expansión es también la historia del borrado. En nombre del progreso, se arrasaron lenguas, ríos, selvas y memorias. La política del exterminio se disfraza hoy de transición energética, y la vieja fiebre del oro se recicla como fiebre del litio. Lo que antes fue conquista territorial ahora es conquista ecológica y es la carrera por los minerales críticos, por el control del Ártico, por los corredores que garanticen el suministro de energía y alimentos. Estados Unidos y Canadá no colonizan con fusiles, sino con inversiones, patentes y megaproyectos, pero el resultado es el mismo y es comunidades desplazadas, tierras contaminadas y soberanías reducidas a cláusulas comerciales.

El exterminio, en su versión moderna, ya no necesita campos de batalla. Basta con firmar un tratado, construir un oleoducto o imponer una norma ambiental que beneficie a las multinacionales y castigue a quienes defienden su territorio.

La violencia sigue siendo estructural, sólo que más silenciosa. En el norte del continente, el progreso continúa teniendo la forma de una excavadora.

1.Antes de la llegada de Europa fueron mil años de civilización nativa (500–1500)

Antes de que llegaran los barcos con banderas extranjeras, América del Norte ya era un continente habitado, cultivado y recorrido por millones de seres humanos. No eran “tribus” primitivas ni pueblos aislados. Eran naciones con lengua, leyes, sistemas agrícolas, rutas de comercio y visión cósmica. Desde los grandes lagos hasta las llanuras del sur, los iroqueses, sioux, apaches, anishinaabe, hurones y navajos tejían alianzas, guerreaban entre sí y cultivaban maíz, calabazas y tabaco en terrazas sostenidas por siglos de sabiduría. En el norte helado, los inuit navegaban en kayaks de hueso y cuero, siguiendo el ritmo de las focas y los hielos eternos. Todo tenía sentido, todo tenía dueño. La tierra no se compraba, se agradecía.

La economía no era codicia, era reciprocidad. Las cosechas eran colectivas, la caza era compartida, y el exceso no era riqueza sino ofensa. Las rutas del bisonte eran rutas sagradas, los ríos no se desviaban, se reverenciaban. Las montañas tenían nombre y espíritu, el bosque era hermano, no materia prima. Entre 7 y 10 millones de habitantes vivían en lo que hoy llamamos Estados Unidos. En Canadá, más de medio millón. Ninguno había oído hablar de Europa, ninguno conocía el oro como moneda y ninguno necesitaba más que lo suficiente.

Algunos vikingos llegaron a Terranova hacia el año 1000. No dejaron castillos ni ciudades, apenas un campamento en L’Anse aux Meadows. El continente los rechazó. Y ellos se fueron, no trajeron peste, no trajeron pólvora, no trajeron Dioses nuevos. Fueron un eco, no una invasión. El mundo nativo siguió intacto durante cinco siglos más, cinco siglos de autonomía, de equilibrio y de identidad.

Y entonces aparecieron las velas en el horizonte. Y con ellas, el hierro, con el hierro, la cruz, y con la cruz la espada, con la espada, la propiedad y con la propiedad el despojo. Pero antes de todo eso, América era otra y esa América no era un continente por descubrir, era una civilización por respetar.

No eran tribus perdidas, eran naciones. Tenían leyes, sabios, diplomacia y mapas, pero no tenían propiedad privada, ni cárceles, ni bancos. No comerciaban esclavos ni cazaban por deporte y esa diferencia fue su condena. Cuando llegaron los europeos, no vieron culturas, vieron tierras libres de escrituras, minerales sin dueño, mujeres sin bautismo y cuerpos sin alma. Lo demás fue solo logística imperial.

Hubo un tiempo en que el sol no era enemigo, ni el río era una frontera. Donde cada árbol tenía nombre, y cada niño nacía con un relato. Hubo un tiempo en que América no era un botín, sino una raíz. Ese tiempo no murió, lo mataron, a filo de cruz, a fuego de pólvora y a precio de oro.

  1. Cuando llegaron los barcos, eran invasores con bandera y permiso real

No llegaron solos. Venían con sellos reales, bendiciones papales y rifles en el equipaje. Cada barco era una declaración de guerra disfrazada de expedición y cada cruz sobre la vela era una sentencia para los pueblos que vivían ahí desde hacía miles de años.

Los primeros en desembarcar fueron los españoles, enviados por la Corona de Castilla, bajo el reinado de Carlos I. En 1513, Juan Ponce de León pisa Florida. No venía a instalar paz, venía a buscar oro y esclavos. Lo enviaban desde Cuba, bajo órdenes directas del Imperio. En la península de Florida vivían los calusa, los timucua, los tequesta, sumaban más de 200.000 personas. Un siglo después, quedaban menos de 2.000. En 1528, Pánfilo de Narváez llegó con 600 hombres, solo cuatro regresaron vivos, pero dejaron peste, ruinas y una estela de destrucción.

Después vinieron los franceses. En 1534, Jacques Cartier, enviado por el rey Francisco I, navegó por el río San Lorenzo, y en 1535 llegó hasta la actual Montreal. Desembarcó en territorio iroqués, donde vivían más de 70.000 personas entre aldeas distribuidas a lo largo del río. Un siglo más tarde, tras guerras, viruela y pactos rotos, quedaban apenas 8.000. En ese momento, en lo que hoy llamamos Canadá, vivían más de 600.000 indígenas de diversas naciones: hurones, algonquinos, micmac, montagnais, inuit. Para el año 1700, esa cifra ya se había reducido a menos de 80.000.

En 1608, otro francés, Samuel de Champlain, fundó Quebec. Traía el respaldo de la Compagnie des Cent-Associés, que le garantizaba el monopolio del comercio de pieles. Francia no vino a poblar, vino a lucrar, a cambio de espejos y armas, se llevó millones de pieles de castor, a cambio de promesas, trajo epidemias, a cambio de alianzas, sembró dependencia.

Después aparecieron los ingleses, auspiciados por la Virginia Company y por orden de la reina Isabel I, que los autorizó a “civilizar” las tierras descubiertas. En 1607 fundaron Jamestown, en territorio powhatan, donde vivían más de 15.000 nativos organizados en una confederación. Los ingleses eran 104 hombres. No tenían comida y fueron salvados por los mismos indígenas que luego matarían. En 1622, los powhatan se rebelaron y mataron a 347 colonos. ¿La respuesta inglesa? El exterminio y un siglo después, de la nación powhatan solo quedaban unos pocos centenares en reservas marginales.

En 1620 llegaron los puritanos, los “padres peregrinos”, en el Mayflower. 102 personas. Se instalaron en Plymouth, territorio de los wampanoag, que entonces eran más de 12.000. Para 1700, quedaban menos de 400, muchos esclavizados o dispersos en otras colonias. El famoso Día de Acción de Gracias fue seguido, pocos años después, por guerras y masacres. En 1675 comenzó la Guerra del Rey Felipe, donde murieron miles de indígenas. Los sobrevivientes fueron vendidos como esclavos en el Caribe. La corona inglesa (ya bajo Carlos II) no se inmutó. Lo llamó victoria cristiana.

Mientras tanto, en el norte, los holandeses, enviados por la Compagnie des Indes Occidentales y respaldados por los Estados Generales de los Países Bajos, fundaron en 1624 Nueva Ámsterdam, hoy Nueva York.

Compraron la isla de Manhattan con cuentas de vidrio y baratijas. El pueblo lenape, que vivía allí, sumaba más de 20.000 personas en el valle del Hudson. Para el año 1700, quedaban menos de 1.000, desplazados hacia el oeste. Entre 1639 y 1645, la Guerra de Kieft, ordenada por el gobernador holandés Willem Kieft, exterminó a cientos de nativos para robarles la tierra, por no querer trabajar, por existir.

A qué venían, si no era por oro

No todos buscaban oro como en Perú o México. En el norte, venían por tierra, por madera, por pieles, por agua dulce, por animales, por cultivos. Querían el territorio, pero también su energía productiva. Las pieles de castor se exportaban en millones. La madera de bosques milenarios terminó convertida en barcos, muebles y carbón. El tabaco fue convertido en industria. Las plantaciones de algodón, azúcar y arroz necesitaban esclavos africanos. Y el oro que no venía del suelo venía del cuerpo humano y el trabajo forzado indígena fue la primera mina.

“Materias primas” saqueadas, cifras en dólares y toneladas (1)

Entre 1600 y 1700, sólo las colonias inglesas en Norteamérica exportaron más de:

  • 30 millones de pieles (castor, zorro, lobo), por un valor estimado hoy en más de 8.000 millones USD
  • 1 millón de toneladas de madera de pino, roble y cedro, por más de 6.500 millones USD
  • 000 toneladas de tabaco hacia Inglaterra, por más de 4.000 millones USD
  • Cientos de toneladas de índigo, algodón y azúcar, producidos con mano de obra esclava
  • Además, más de 120.000 indígenas esclavizados y vendidos en el Caribe y Europa, lo que hoy se consideraría tráfico humano valuado en 3.000 millones USD

En total, el saqueo colonial en el primer siglo supera fácilmente los USD 20.000 millones actuales, sin contar la tierra robada, la gente desplazada y las culturas extinguidas.

Resumen del exterminio demográfico (1)

  • A la llegada de los europeos, se estima que vivían en el actual EE. UU. entre 10 y 15 millones de indígenas
  • En Canadá, más de 700.000
  • Al finalizar el siglo XVII, quedaban menos de 900.000 en EE. UU. y alrededor de 100.000 en Canadá
  • Es decir, una reducción demográfica de más del 90% en un siglo

Vinieron a salvar almas, vinieron con promesas y hablaban con fuego, vinieron con mapas, pero no sabían dónde estaban, vinieron a salvar almas, pero robaron cuerpos, vinieron por dios, pero se quedaron por la plata, vinieron como exploradores, pero se quedaron como dueños “y se fueron como héroes”.

Y dejaron huesos…

  1. El saqueo se legaliza entre 1600–1700

Ya no venían a explorar. Venían a quedarse. Lo que comenzó como expedición, ahora se llamaba colonización. Pero no era otra cosa que ocupación militar, religiosa y económica. Los británicos se instalaron de forma permanente en la costa este de lo que hoy es Estados Unidos. Fundaron Jamestown en 1607 y desde ahí, empezaron a trazar el mapa de su expansión. No preguntaron. No pidieron permiso. Llegaron con armas, con biblia, con viruela, y con una orden: quedarse.

En esa misma época, los franceses avanzaban sobre lo que hoy llamamos Canadá. Pero no lo llamaban así, lo llamaban imperio de la piel. Porque no les interesaban las montañas, ni las culturas, ni los glaciares, les interesaban los castores. Millones de pieles fueron arrancadas del cuerpo de esos animales para alimentar el mercado europeo. Montreal y Quebec fueron puestos de acopio disfrazados de ciudades. Cada expedición traía rifles, aguardiente y enfermedades y cada encuentro con pueblos originarios dejaba menos niños, menos lenguas, menos tierra.

Los británicos fundaron colonias, los franceses establecieron rutas, y los esclavistas trajeron barcos llenos de cuerpos negros. El comercio triangular convirtió al Atlántico en un cementerio flotante. Desde África llegaron miles de personas esclavizadas al sur de lo que hoy es EE. UU. Carolina del Sur, Georgia, Virginia, se transformaron en plantaciones humanas, cultivaban algodón, tabaco y azúcar, pero lo que realmente cultivaban era riqueza para Londres y muerte para los demás.

Entre 1600 y 1700 se fundaron las 13 colonias. Su economía era extractiva, su política era excluyente, y su lógica era simple y era lo que no se podía esclavizar se exterminaba. Si los nativos no aceptaban los tratados, eran aniquilados y si los esclavos se rebelaban, eran mutilados. Si las tierras eran fértiles, se ocupaban y todo en nombre de la civilización.

Las primeras minas artesanales se abrieron en las Carolinas. Oro, plata, cobre. Pequeñas extracciones que servían para financiar el resto de la expansión. No se industrializaba, se saqueaba, no se compartía, se apropiaba, era el modelo colonial disfrazado de modernidad.

Y la población originaria seguía cayendo. A inicios del siglo XVII, los pueblos algonquinos y powhatan ocupaban amplios territorios desde Nueva Inglaterra hasta Virginia. En 1600, los powhatan eran más de 14.000 personas. En 1700, no llegaban a 1.800. En la región de los Grandes Lagos, los hurones pasaron de más de 30.000 habitantes a menos de 5.000 en menos de 60 años. El avance francés, las guerras iroquesas y las enfermedades hicieron el resto. En el norte, los inuit empezaron a perder territorio y autonomía por el empuje comercial europeo, y el sur se transformó en campos de algodón, con los pueblos creek, choctaw y chickasaw empujados hacia el oeste o al exterminio.

¿Y por qué venían?

No solo por oro. Venían por tierra, por producción, por riqueza, por poder, por exportar materias primas que Europa no podía producir, venían a construir imperios sin pagar el costo humano, y lo lograron.

“Otras Materias primas” saqueadas entre 1600 y 1700 (2)

  • Tabaco: más de 80.000 toneladas exportadas desde Virginia a Inglaterra
  • Algodón: incipiente aún, pero base de futura expansión en el sur
  • Pieles de castor y otros animales: más de 1.200.000 pieles exportadas desde Canadá a Francia entre 1650 y 1700
  • Oro artesanal: aproximadamente 3 toneladas extraídas en minas coloniales en las Carolinas
  • Azúcar: en plantaciones del Caribe anglófono vinculadas al comercio continental norteamericano

Valor estimado del saqueo total entre 1600–1700

  • Más de 1.200 millones de dólares actuales en materias primas exportadas desde Norteamérica a Europa
  • Más de 60.000 personas esclavizadas desembarcadas en la costa sur de EE.UU.
  • Más de 3 millones de pieles de castor comercializadas desde Canadá

Resumen del exterminio por regiones 1600–1700 (2)

  • Costa Este (EE. UU.): pueblos powhatan, algonquinos, pequot y lenape — de 120.000 habitantes en 1600 a menos de 20.000 en 1700
  • Grandes Lagos: hurones, anishinaabe, odawa — de 60.000 en 1600 a 12.000 en 1700
  • Canadá oriental: inuit, mi’kmaq, maliseet — pérdida de hasta 50% de territorio y población
  • Sur de EE. UU.: creek, choctaw, chickasaw — de 100.000 habitantes a 40.000 por desplazamiento y enfrentamientos
  • Total, estimado de pueblos originarios exterminados o desplazados entre 1600–1700: 250.000 personas
  • Porcentaje de reducción poblacional nativa promedio en un siglo: más del 70%
  1. La tierra no olvida.

Nadie pidió permiso para entrar, los barcos no traían paz, traían cruces, armas, contratos y el continente, que alguna vez fue libre, diverso, espiritual y autogobernado, fue talado como bosque viejo.

El río recuerda cada piel flotando y cada paso de bota extranjera dejó cicatrices que la historia maquilló con mapas, pero el silencio sigue allí, donde antes hubo lengua, tambor y canto. La civilización no llegó en barcos, llegó el saqueo.

Y cada columna que sostiene un museo europeo tiene detrás la sangre de un niño que nunca volvió a su casa…

Bibliografía

  • “Dunbar-Ortiz, Roxanne”. An Indigenous Peoples’ History of the United States. Beacon Press, 2014.

(Una de las obras más influyentes sobre la colonización, el genocidio indígena y la expansión imperial de EE. UU.)

  • “Simpson, Leanne Betasamosake”. As We Have Always Done: Indigenous Freedom through Radical Resistance. University of Minnesota Press, 2017.

(Reflexión crítica sobre la resistencia indígena contemporánea en Canadá frente al capitalismo extractivo.)

  • “Saul, John Ralston”. A Fair Country: Telling Truths about Canada. Viking Canada, 2008.

(Desmonta el mito del Canadá “liberal y justo”, explorando la raíz colonial del Estado moderno.)

  • “Whyte, Kyle Powys”. “Indigenous Climate Change Studies: Indigenizing Futures, Decolonizing the Anthropocene.” English Language Notes, vol. 55, no. 1, 2017.

(Análisis del vínculo entre crisis climática, colonialismo y desposesión de pueblos originarios.)

  • “Grandin, Greg”. Empire of Necessity: Slavery, Freedom, and Deception in the New World. Metropolitan Books, 2014.

(Amplía la mirada sobre el imperio estadounidense y su expansión económica basada en trabajo forzado y materias primas.)

  • “Klein, Naomi”. This Changes Everything: Capitalism vs. The Climate. Simon & Schuster, 2014.

(Conecta la historia extractiva del norte global con la actual crisis ambiental y las nuevas formas de colonialismo energético.)

Fuente: pressenza.com