Hidrógeno verde y la geopolítica del agua

El mundo aplaude al hidrógeno verde como la energía limpia que salvará al planeta. Se lo vende como el oro invisible del siglo XXI. Pero hay una verdad escondida bajo la propaganda. Para producir cada kilo de hidrógeno hacen falta litros y litros de agua pura. En un planeta que ya sufre sequías históricas, donde millones de personas no tienen agua potable, esa promesa se convierte en amenaza.
La geopolítica del siglo XXI no se jugará solo en torno a minerales y combustibles. También se jugará en torno al agua. Los mismos países que hoy impulsan megaproyectos de hidrógeno verde son los que al mismo tiempo ven a sus pueblos secarse. Chile anuncia plantas en Atacama, uno de los desiertos más áridos del mundo. Namibia y Mauritania ceden territorios para proyectos gigantescos mientras su población sigue cargando baldes de agua. Arabia Saudita construye complejos con desalinización que generan más salmuera que energía.
La contradicción es brutal. Se habla de energía limpia, pero se esconde el costo hídrico. Se proclama la lucha contra el cambio climático, pero se amenaza con agravar la crisis del agua. Lo que debería ser un camino hacia la sostenibilidad puede transformarse en una nueva forma de saqueo. El hidrógeno verde no solo divide al mundo entre productores y compradores. También lo divide entre los que tendrán agua para vivir y los que entregarán la suya para exportar moléculas
El costo hídrico del hidrógeno
El hidrógeno verde se produce por electrólisis. Un proceso que divide las moléculas de agua en oxígeno e hidrógeno usando electricidad renovable. La ecuación es simple en la teoría, pero brutal en la práctica. Para producir un kilo de hidrógeno hacen falta entre nueve y doce litros de agua pura, libre de sales y minerales. Esa agua debe ser tratada y desmineralizada antes de entrar en los electrolizadores, lo que encarece aún más el proceso.
Las cifras crecen a escala industrial. La Agencia Internacional de Energía estima que, si el mundo produce las quinientas treinta millones de toneladas de hidrógeno verde proyectadas para 2050, se requerirán más de cinco mil millones de metros cúbicos de agua al año, equivalente al consumo anual de una nación de cien millones de habitantes. Es decir, la transición energética basada en hidrógeno demanda un nuevo sacrificio: transformar agua en energía exportable.
El contrasentido es evidente. Los proyectos se levantan en regiones áridas donde el agua es más escasa. Chile anuncia complejos en Atacama y Magallanes. Namibia y Mauritania prometen exportaciones gigantescas desde el desierto. Arabia Saudita impulsa la ciudad futurista de Neom basada en hidrógeno, con plantas desalinizadoras que generan millones de toneladas de salmuera vertida al mar. Lo llaman progreso, pero para las comunidades locales es otra forma de despojo.
Fuente: pressenza.com