diciembre 4, 2025
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La oveja en silla de ruedas: ¿un cyborg?

Kiki es una oveja que contrajo un virus neurológico llamado Cache Valley y que le provocó graves dificultades de locomoción, a pesar de las intervenciones quirúrgicas. Ella fue rechazada por su madre y acogida en el santuario “Don’t Forget Us, Pet Us”, ubicado en Massachusetts. Su interacción con los juguetes interactivos de los niños y su capacidad para descubrir cómo conducir una silla de ruedas motorizada, equipada con un carrito de carga acoplado a su base y, apoyando la cabeza en el joystick, ha sido una alegre sorpresa, según relata, Kerry Devlin, la cofundadora del santuario: “She’s like a crazy teenager; she wants to go very fast” (1)

El ánimo, el cariño y la empatía que despierta Kiki en todos es increíble. ¿Quién podría imaginar que ella se movería con la ayuda de los humanos y de la tecnología? Esta realidad visibiliza, en la práctica, la importancia de cuidar y responsabilizarse de otras especies.

La noticia de la oveja en silla de ruedas me hace recordar el Manifiesto Cyborg de Donna Haraway. Los dos parecen, a primera vista, temas distantes, pero si se observa con atención, dicen lo mismo: no existe una «naturaleza» pura, separada de la tecnología y, por eso, se abre un espacio para hablar del cuidado y la responsabilidad por el bienestar y los derechos de los animales. Lo demuestro con las palabras de la intelectual estadounidense:

«El mundo cyborg puede ser un mundo de realidades sociales y corporales vivas en las que las personas no se ven perjudicadas por su parentesco conjunto con animales y máquinas, ni tienen miedo de identidades permanentemente parciales y puntos de vista contradictorios.»[traducción nuestra].

La imagen de Kiki potencia la actualización de ese mundo constituido por puntos de conexión o “parentesco conjunto”, donde naturaleza, cultura, animales y máquinas dejan de estar totalmente apartadas, para aparecer como una aproximación compuesta por cuerpo, aleaciones metálicas, afectos y dinero.

El texto de Haraway no se dirige exclusivamente a los cíborgs; abarca estructuras híbridas en las que diversos organismos dependen de artefactos: el uso de relojes, lentes de contacto, bombas de insulina, teléfonos inteligentes, terapia animal y aparatos ortopédicos. En lugar de lamentar la profanación de la naturaleza humana, se nos invita a romper esta nostalgia y revelar que, en la práctica, siempre hemos vivido entre construcciones técnicas, económicas y culturales.

Incluso este argumento estuvo presente en la famosa “oveja eléctrica” de Philip K. Dick, en su novela titulada “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?». La pregunta retórica del novelista es, en este sentido ejemplar, pues intenta mensurar irónicamente la empatía de los humanos para con los animales.

Sin embargo, su obra tiene una gran actualidad porque revela que, el valor moral de lo «natural» — e incluso la idea misma de que una oveja posea voluntad, está ahora determinada por normas, informes de vacunación y leyes. La frontera entre una oveja viva y una oveja artificial no es, según la ironía de P. K. Dick, puramente ficcional, pero si una cuestión de dispositivos y narrativas.

Algo similar ocurre hoy con los animales con discapacidades, una vez que sillas de ruedas para perros, prótesis y entornos domésticos adaptados, demuestran que el bienestar de estos animales se moldea con la ayuda de la tecnología, este aspecto no elimina su «animalidad», ni falsifica el vínculo con ellos, haciéndolo artificial o forzosamente exhibicionista. Al contrario, nos lleva de la mano a comprender que cuidar un cuerpo vulnerable implica salir de la burbuja y entrar en redes.

Ahí es donde todo comienza. El discurso sobre los derechos de los animales cobra mayor profundidad porque no se basa en una naturaleza edénica y aborda las condiciones sustantivas de la coexistencia entre especies.

Es cierto que algunos critican vehementemente el afecto por los animales como un capricho, mientras que otros los tratan con crueldad. Por lo tanto, creo que el punto de vista cyborg, según los preceptos de Haraway, ayuda a evitar tanto el moralismo simplista como el cinismo, al revelar que las posturas «no técnicas» carecen de sentido y no son suposiciones a las que podamos adherirnos ingenuamente.

Sin embargo, existen innumerables maneras de expresar posturas diferenciadoras. Por ejemplo, equipar a un animal parapléjico con un arnés con ruedas que le devuelvan su autonomía, no equivale a rechazar su condición ni a «humanizarlo», sino a reconocer que la responsabilidad humana hacia el animal en cuestión, implica la activación de facilitadores, movimientos de protección animal, entre otras posibilidades.

La conexión enunciada por la referida bióloga estadounidense y la lucha por los derechos de los animales, parece desplazar el debate del ámbito del esencialismo de aquellos, al de la coexistencia entre especies. En lugar de defender la singularidad humana a través de la disimilitud con lo «natural», estas cuestiones revelan en qué medida nuestra propia identidad se establece por intermedio de la forma en que tratamos a los seres sintientes, en particular a los más vulnerables.

Una oveja que aprende a usar una silla de ruedas, un elefante que recibe una prótesis porque pisó una mina (3) o una perra que recibe una para protésica (4) no son excepciones deplorables en una sociedad sana. Constituyen ecos de una sociedad en la que la barrera entre lo artificial/cultural y la naturaleza se ha derrumbado, y en la que urge coexistir con esta reorganización. De esta manera, la defensa de los derechos de los animales no se considera fútil, sino más bien como una posible crítica al humanismo basada en una lógica de supremacía antropocéntrica.

Fuente: pressenza.com