octubre 5, 2025
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La Ruta Marítima del Norte y el Ártico. La Guerra Fría que ya empezó sin disparar un tiro. Parte 2

“No hay océano sin dueño ni hielo sin precio. El deshielo abre rutas, pero también reclamos que valen más que el petróleo.”

La Ruta Marítima del Norte (RMN), también conocida como Paso del Noreste, es una ruta de navegación a lo largo de la costa norte de Rusia, que conecta el océano Atlántico con el Pacífico. Es la ruta más corta entre la parte occidental de Eurasia y la región de Asia-Pacífico. La mayoría de la ruta se encuentra en aguas del Ártico y algunas partes solo están libres de hielo durante dos meses al año.

La RMN comienza en el estrecho de Kara y termina en el estrecho de Bering.

En la Parte 1 de este Artículo analizamos:

  • La nueva frontera del planeta
  • Las rutas que cambiarán el comercio mundial

El oro blanco bajo el hielo

El Ártico no solo abre rutas, abre cofres enterrados bajo kilómetros de hielo y permafrost. Allí yace uno de los mayores tesoros energéticos y mineros del planeta. Según estimaciones de la US Geological Survey (USGS), el 22% de las reservas de hidrocarburos aún no descubiertas del mundo están bajo el Ártico: cerca de 90.000 millones de barriles de petróleo, 47 billones de metros cúbicos de gas natural y más de 44.000 millones de barriles equivalentes en líquidos de gas natural.

A esto se suman minerales estratégicos como níquel, cobalto, tierras raras y, cada vez más relevante, uranio. En otras palabras, lo que está en juego no es solo navegación, sino la posesión de la despensa energética y tecnológica del futuro.

  • Rusia es el actor más adelantado en esta carrera. Con casi la mitad del Ártico bajo su jurisdicción, Moscú concentra la mayor parte de la infraestructura activa: plataformas, terminales de GNL, gasoductos en expansión y una red de rompehielos que ningún otro país puede igualar. El Proyecto Yamal LNG, con inversiones por más de 27.000 millones de dólares y participación de capital chino, ya exporta gas natural licuado hacia Europa y Asia.
  • En paralelo, Novatek y Gazprom preparan nuevos desarrollos que podrían convertir a Rusia en el principal proveedor de GNL del hemisferio norte. El Kremlin ve el Ártico no como periferia, sino como el corazón de su soberanía energética para el siglo XXI.
  • Canadá, más discreto, avanza en exploración de petróleo y gas en el archipiélago ártico, aunque con fuerte oposición ambiental y comunitaria. Sin embargo, sus reservas potenciales son gigantescas: hasta 11.000 millones de barriles de petróleo y 16 billones de metros cúbicos de gas, según la USGS. Para Ottawa, la paradoja es evidente: proyecta liderar la transición verde, pero sabe que su carta geopolítica real está bajo el hielo.
  • Noruega, con experiencia en el Mar del Norte, ya explota reservas en el Mar de Barents y planea ampliar su producción hacia 2030. Equinor, su gigante estatal, calcula que los proyectos árticos podrían aportar decenas de miles de millones en ingresos fiscales en las próximas décadas.

Para Oslo, el dilema es doble y es mantener su reputación verde mientras se convierte en el primer exportador de hidrocarburos limpios del norte.

  • Estados Unidos, con Alaska, tiene también una ficha estratégica. El North Slope de Alaska concentra reservas de petróleo estimadas en más de 30.000 millones de barriles y un potencial de gas natural que podría rivalizar con las exportaciones de Qatar. Aunque las perforaciones enfrentan litigios ambientales y restricciones federales, la presión de la seguridad energética empuja hacia adelante. Washington sabe que el Ártico es un seguro contra la dependencia de Medio Oriente y un contrapeso frente al dominio ruso.
  • Dinamarca, a través de Groenlandia, busca entrar al tablero con un activo distinto: tierras raras. La isla posee uno de los depósitos más grandes del planeta, con potencial para abastecer parte de la demanda mundial de neodimio, praseodimio y disprosio, esenciales para turbinas eólicas, baterías y misiles de precisión. La competencia aquí no es solo económica, sino tecnológica: quien controle estos minerales dominará las cadenas de suministro de la transición energética y militar.

El valor estimado de todos estos recursos es casi incalculable. Solo en hidrocarburos, el Ártico podría aportar más de 35 billones de dólares en las próximas cinco décadas, dependiendo de precios y costos de extracción. En minerales estratégicos, la cifra podría sumar otros 2 a 3 billones. En un contexto de transición energética, estos números son dinamita política: prometer descarbonización mientras se excava por gas y petróleo bajo el hielo desnuda la hipocresía de las grandes potencias.

El problema es que explotar estos recursos no será simple. Las condiciones extremas, el deshielo impredecible y los costos de infraestructura elevan el riesgo. Pero la historia enseña que cuando el valor supera el costo, la voluntad política encuentra justificación. El Ártico será perforado, dragado y explotado. No es un futurismo, es una realidad en curso.

Fuente: pressenza.com