La trampa de las elecciones nacionales

Cada cuatro años, los costarricenses nos sumergimos en un ritual cívico que despierta pasiones, esperanzas y falsas promesas: las elecciones nacionales. Una vez más, se nos dice que “ahora sí” todo cambiará o nos renovamos para cambiar. Pero, ¿y si la transformación que necesitamos no puede lograrse solo en las urnas? ¿Y si estamos atrapados en un mecanismo que reproduce el inmovilismo?
Elecciones sin rumbo
Las elecciones, aunque necesarias, no son suficientes. Las promesas se repiten, se diluyen, y al poco tiempo son sustituidas por la decepción. Los partidos —viejos y nuevos— insisten en discursos desgastados, carentes de visión estratégica. Pero lo más grave: no tienen un relato histórico nacional claro, ni un proyecto colectivo que inspire a las nuevas generaciones. Parece que solo el Ejecutivo parece tener una imagen de lograr la mayoría electoral para transformar el Estado Nacional, asamblea constituyente incluida.
Como diría Rodrigo Facio Brenes, se requiere una «revolución mental» para que el país tome conciencia de su propio destino. Pero en lugar de revolución, lo que vemos es reiteración. En vez de despertar, hay una anestesia colectiva sostenida por una clase política sin audacia ni profundidad.
Un país sin imagen de futuro
El país está extraviado. No porque falten candidatos o partidos —tenemos demasiados—, sino porque ninguno propone una visión transformadora de largo plazo. La política costarricense ha perdido altura y densidad histórica. Lo que hace falta no es más administración de lo mismo, sino una nueva dirección histórica, un nuevo relato. Desde mi mirada, ese relato debe ser humanista o al menos cercano a esa visión.
Como se afirma en el Documento Humanista:
“Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro.”
Ese principio esencial exige una transformación profunda del modelo político, económico y cultural. Las elecciones deberían abrir camino a esa transformación, pero hoy más bien la cierran, la disimulan o la falsean.
El problema es estructural, no coyuntural
No estamos ante una crisis de gestión; estamos ante el agotamiento de un modelo. Las instituciones fundamentales del país —educación, salud, transporte, seguridad, ambiente— no están funcionando como garantes del bienestar colectivo:
Educación: abandonada, rezagada, desarticulada, sin alma
Telecomunicaciones: Un ICE que termina siendo un competidor más en el mercado, sin entrar en la disminución de la brecha digital
Salud: colapsada, sobrepasada, burocratizada, deshumanizada
Transporte: anticuado, con estrés y contaminación, sin propuestas
Seguridad: realmente inseguridad, absorbida por la lógica del narco y la criminalidad, patrimonial y social.
Los seguros: El caso del INS que no permite pensar en la solidaridad como instrumento de cobertura de los más vulnerables
Crisis climática: sin alma para soluciones, sin emoción y apoyo de la población
Como decía don Manuel Mora Valverde, «el Estado debe ser el protector de los débiles y regulador del poder económico», pero hoy el Estado parece más bien desmantelado, impotente o cómplice de intereses privados.
El mesianismo electoral y la fragmentación sin sentido
Otra trampa es el mesianismo político: la creencia en que un solo líder (candidatura) «lo resolverá todo». Pero no hay mesías. Ni candidatos milagrosos. Hay cientos de candidaturas dispersas, promoviendo un nuevo mosaico partidario donde lo más probable es que uno o dos partidos concentren una fracción legislativa mayor a los 30 diputados, mientras el resto del Congreso se fragmenta en 10 o más fracciones políticas sin rumbo, sin propósito estratégico, sin unidad de proyecto país.
Este “picadillo” legislativo impediría la gobernabilidad real y favorece el chantaje parlamentario, los intereses particulares y la parálisis institucional.
Como advertía Alberto Cañas Escalante, “el país no necesita más partidos, necesita más ciudadanos con conciencia histórica, con ética pública y sentido de dirección”.
Desconexión con el mundo
Uno de los errores más graves de la actual dirigencia política (de gobierno y oposición) es no ver el mundo. No parecen leer los cambios de época. No entienden el papel de la inteligencia artificial, la transformación laboral, la crisis climática, ni las disputas geopolíticas globales en la transformación civilizatoria que se avizora en el camino mundial, como tampoco la posibilidad de avance hacia una “singularidad histórica y tecnológica” que transformaría la vida del Sapiens sapiens como lo conocemos hoy.
Costa Rica sigue alineándose a bloques de poder internacional sin análisis, sin estrategia. No tenemos política exterior, ni visión económica a largo plazo. Nuestra neutralidad histórica se desvanece sin reflexión colectiva, y parecemos repetir errores históricos por omisión.
¿Para qué sirven entonces las elecciones?
No hay que desecharlas. Las elecciones son un punto de partida, pero no un final. No se puede seguir presentándolas como la “gran solución nacional”. Su verdadero valor está en abrir posibilidades, generar pequeñas rupturas del orden establecido y permitir que nuevas fuerzas sociales impulsen un proceso profundo de transformación. Debemos avanzar hacia una democracia real y superar la insuficiente democracia representativa que nos caracteriza por imprimir negación a los avances, representación territorial y mecanismos realmente democráticos que requiere esta nueva época.
Como dice el Movimiento Humanista, “la verdadera revolución no se hace con armas, ni desde arriba, sino desde las conciencias, desde abajo, desde el cambio profundo de la mirada sobre uno mismo y los otros”.
Conclusión: una dirección histórica humanista
Costa Rica necesita despertar. No hacia la ilusión de un nuevo gobierno, sino hacia la construcción de un nuevo país. Un país donde el humanismo no sea un eslogan sino una dirección histórica. Donde la política no sea espectáculo sino servicio. Donde la ciudadanía sea protagonista y no espectadora. Donde la democracia sea Real y no una ilusión.
Y ese proceso no empieza ni termina con una elección. Comienza cuando decidimos romper con la trampa y asumimos la construcción colectiva de un nuevo horizonte civilizatorio.
Fuente: pressenza.com