Latinoamérica, presa de EE.UU.

POR ATILIO A. BORON /
La crisis o las situaciones excepcionales son una constante en América Latina y el Caribe (ALC), no una alteración de una supuesta normalidad que jamás conocimos en este, el continente más injusto del mundo. Y, para más datos, el más cercano a «la Roma Americana», como Martí llamara al imperialismo estadounidense. Nuestra América es por lo tanto presa favorita de Washington, aquella sobre la cual sus garras llegan más lejos y se hunden más profundamente.
A veces se nos dice que en este continente son muy extrañas las guerras, y es cierto que no hay guerra entre las naciones como las vemos en África, Europa o Asia, para ni hablar de Medio Oriente. La última de este tipo entre países de la región fue la «Guerra del Fútbol» de 1969, entre Salvador y Honduras, un incidente menor. Una pelea de fanáticos futboleros que dio origen a una guerra de dos días y con un número mínimo de víctimas.
Una escaramuza armada más que una guerra. El otro caso, y el más grave, fue la que libraron Perú y Ecuador en 1995, la llamada Guerra del río Cenepa, cuyo saldo se estima en poco más de cien muertos en combate. Sobreviven todavía algunas disputas territoriales como las que hay entre Venezuela y Guyana por el Esequibo, el conflicto marítimo entre Nicaragua y Colombia, o el que enfrenta diplomáticamente a Belice contra Guatemala.
La inserción de Latinoamérica y el Caribe en el hemisferio occidental nos convierte en una región signada por una especie de «fatalidad histórica y geográfica». Somos, para los sectores supremacistas y racistas, el «patio trasero de EE.UU.».
A fines del año pasado, diciembre del 2023, se cumplieron doscientos años de vigencia de la Doctrina Monroe. No es un dato menor que fue esta la primera doctrina de política exterior elaborada por el Gobierno de Estados Unidos y que antecedió casi en un siglo a la Doctrina Wilson, concebida en el marco de la Primera Guerra Mundial para establecer parámetros orientadores de las relaciones de Washington con Europa. Pero, insistimos, la primera definición en materia de política exterior fue para nosotros (ALC).
El hecho de ser parte del llamado hemisferio occidental –una expresión amable pero mentirosa, que utilizan los gobernantes en Washington para hablar de esta parte del mundo y evitar decir que somos la periferia del imperio– nos otorgó ese dudoso privilegio.
Fuente: cronicon.net