octubre 3, 2024
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Una cultura de guerra que odia la pasión ética de los jóvenes

Al persistir en su apoyo a una guerra impopular, el demócrata en la Casa Blanca ha contribuido a provocar una rebelión casera. Los jóvenes, menos propensos a la deferencia y más propensos a la indignación moral, encabezan la oposición pública a la matanza en curso en Gaza. Mientras las elites insisten en realizar trabajos de mantenimiento para la maquinaria de guerra, la agitación universitaria es un choque entre aceptar o resistir.

Las palabras anteriores las escribí recientemente, pero podría haber escrito otras muy similares en la primavera de 1968. (De hecho, lo hice.) Joe Biden no ha enviado tropas estadounidenses a matar en Gaza, como lo hizo el presidente Lyndon Johnson en Vietnam, pero el actual presidente ha hecho todo lo posible para proporcionar cantidades masivas de armas y municiones a Israel, haciendo literalmente posible la matanza en Gaza.

El conocido dicho: “cuanto más cambian las cosas, más igual quedan” es falso y a la vez verdadero. Durante las últimas décadas, la consolidación del poder corporativo y el auge de la tecnología digital han provocado enormes cambios en la política y las comunicaciones. Sin embargo, los humanos siguen siendo humanos y persisten ciertas dinámicas cruciales. El militarismo exige conformidad y, a veces, no la logra.

Cuando la Universidad de Columbia y muchas otras universidades estallaron en protestas contra la guerra a finales de la década de los 60, el despertar moral fue una conexión humana con la gente que sufría horriblemente en Vietnam. Lo mismo ha ocurrido con la gente de Gaza durante las últimas semanas. En ambas épocas se lanzaron enérgicas medidas por parte de los administradores universitarios y la policía, así como mucha negatividad en los principales medios de comunicación, contra los manifestantes todo lo cual refleja sesgos claves en la estructura de poder de este país.

“Lo que se necesita es comprender que el poder sin amor es imprudente y abusivo, y que el amor sin poder es sentimental y anémico”, dijo Martin Luther King, Jr., en 1967. “El poder en su máxima expresión es el amor que implementa las demandas de la justicia, y la justicia en su máxima expresión es el amor que corrige todo lo que se opone al amor”.

Interrumpir la cultura de la muerte

Esta primavera los estudiantes, corriendo el riesgo de ser arrestados y poniendo en peligro sus carreras universitarias con consignas como “Alto el fuego ahora”, “Palestina libre” y “Desinvertir en Israel”, rechazaron algunas reglas claves no escritas de esta cultura de la muerte. Desde el Congreso hasta la Casa Blanca, la guerra (y el complejo militar-industrial que la acompaña) es crucial para el modelo político capitalista.

Mientras tanto, los administradores universitarios y los ex alumnos (ahora mega-donantes), a menudo tienen vínculos monetarios con Wall Street y Silicon Valley, donde la guerra es una empresa multimillonaria. En el entretanto, las ventas de armas a Israel y muchos otros países generan opulentas ganancias.

Los nuevos levantamientos universitarios son un shock para el sistema de guerra. Los administradores de ese sistema, engrasando constantemente su maquinaria, no tienen ningún espacio para la repugnancia moral en sus balances de cuentas. Y la negativa de un número apreciable de estudiantes a sus guerras no cuenta. Para el establishment económico y político, solo es un gran problema de como controlar mas.

A medida que las matanzas, las mutilaciones, la devastación y el aumento del hambre en Gaza continúan mes a mes, el papel de Estados Unidos se ha vuelto incomprensible por que no se le atribuye al presidente y a la gran mayoría de los representantes del Congreso, un nivel de inmoralidad que antes parecía inimaginable para la mayoría de los estudiantes universitarios. Como muchos otros en Estados Unidos, los estudiantes que protestan están luchando por que se dan cuenta de que las personas que controlan los poderes ejecutivo y legislativo están apoyando directamente el asesinato en masa y el genocidio.

A finales de abril, cuando los abrumadores votos bipartidistas en el Congreso aprobaron (y el presidente Biden firmó con entusiasmo) un proyecto de ley que enviaría 17 mil millones de dólares en ayuda militar a Israel, la única forma de obviar esta absoluta depravación de quienes estaban en el poder era mirar para otro lado o y seguir esclavizados por esta cultura dominante de la muerte.

Durante sus últimos años en el puesto y con la guerra de Vietnam en pleno apogeo, el presidente Lyndon Johnson fue recibido con el cántico: “Oye, oye, LBJ, ¿cuántos niños mataste hoy?” Ese mismo canto podría dirigirse al presidente Biden. Se estima que el número de niños palestinos asesinados hasta ahora por el ejército israelí armado por Estados Unidos es de casi 15.000, sin contar el número desconocido de niños aún enterrados entre los escombros de Gaza. Ahora, no es de extrañar que los funcionarios de la administración Biden corran el riesgo de ser denunciados en voz alta cada vez que hablan en lugares abiertos al público.

Igualando de otra manera la época de la Guerra de Vietnam, los miembros del Congreso continúan aprobando enormes cantidades de fondos para el asesinato en masa. El 20 de abril, sólo el 17% de los demócratas de la Cámara y sólo el 9% de los republicanos de la Cámara votaron en contra del nuevo paquete de ayuda militar para Israel.

Se supone que la educación superior conecta lo teórico con lo real, esforzándose por comprender nuestro mundo tal como es realmente. Sin embargo, una cultura de la muerte, que promueve a la vez tranquilidad universitaria y los asesinatos en masa en Gaza, prospera gracias a las desconexiones. Todos los temas y pretensiones del mundo académico pueden hacernos desviar la atención sobre las consecuencias y destinos de las armas estadounidenses.

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Fuente: Norman Solomon/Pressenza International Press Agency