diciembre 11, 2025
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No es la Ultraderecha, es el Paraestado

En un artículo anterior referido a la Batalla Cultural, hablábamos del crecimiento de las ultraderechas en el mundo y de su proyecto hegemónico en el contexto de la lucha entre bandos, y decíamos que, tanto detrás del fracaso de los progresismos hipócritas, como del resurgimiento de las derechas, estaba la mano del gran titiritero, el poder económico concentrado que se ha terminado de constituir en un verdadero Paraestado que decide el destino de la humanidad. Pero antes de referirnos a él, será bueno recordar lo que decía Silo en el Documento Humanista, que fue escrito en 1993 y hoy sigue más vigente que nunca.

…“Hoy no se trata de economías feudales, ni de industrias nacionales, ni siquiera de intereses de grupos regionales. Hoy se trata de que aquellos supervivientes históricos acomodan su parcela a los dictados del capital financiero internacional. Un capital especulador que se va concentrando mundialmente. De esta suerte, hasta el Estado nacional requiere para sobrevivir del crédito y el préstamo. Todos mendigan la inversión y dan garantías para que la banca se haga cargo de las decisiones finales. Está llegando el tiempo en que las mismas compañías, así como los campos y las ciudades, serán propiedad indiscutible de la banca. Está llegando el tiempo del Paraestado, un tiempo en el que el antiguo orden debe ser aniquilado.

Parejamente, la vieja solidaridad se evapora. En definitiva, se trata de la desintegración del tejido social y del advenimiento de millones de seres humanos desconectados e indiferentes entre sí a pesar de las penurias generales. El gran capital domina no solo la objetividad gracias al control de los medios de producción, sino la subjetividad gracias al control de los medios de comunicación e información. En estas condiciones, puede disponer a gusto de los recursos materiales y sociales convirtiendo en irrecuperable a la naturaleza y descartando progresivamente al ser humano. Para ello cuenta con la tecnología suficiente. Y, así como ha vaciado a las empresas y a los estados, ha vaciado a la Ciencia de sentido convirtiéndola en tecnología para la miseria, la destrucción y la desocupación.

Los humanistas no necesitan abundar en argumentación cuando enfatizan que hoy el mundo está en condiciones tecnológicas suficientes para solucionar en corto tiempo los problemas de vastas regiones en lo que hace a pleno empleo, alimentación, salubridad, vivienda e instrucción. Si esta posibilidad no se realiza es, sencillamente, porque la especulación monstruosa del gran capital lo está impidiendo.

El gran capital ya ha agotado la etapa de economía de mercado y comienza a disciplinar a la sociedad para afrontar el caos que él mismo ha producido. Frente a esta irracionalidad, no se levantan dialécticamente las voces de la razón sino los más oscuros racismos, fundamentalismos y fanatismos. Y si es que este neo-irracionalismo va a liderar regiones y colectividades, el margen de acción para las fuerzas progresistas queda día a día reducido. Por otra parte, millones de trabajadores ya han cobrado conciencia tanto de las irrealidades del centralismo estatista, cuanto de las falsedades de la democracia capitalista. Y así ocurre que los obreros se alzan contra sus cúpulas gremiales corruptas, del mismo modo que los pueblos cuestionan a los partidos y los gobiernos. Pero es necesario dar una orientación a éstos fenómenos que de otro modo se estancarán en un espontaneísmo sin progreso. Es necesario discutir en el seno del pueblo los temas fundamentales de los factores de la producción.” …

(fin de la cita)

Es evidente que en estos más de 30 años que pasaron desde que se escribió este documento, la riqueza continuó concentrándose aceleradamente con independencia de los signos ideológicos de los gobiernos, pues la propia mecánica de acumulación y concentración del capitalismo es como una aplanadora a la que no le hacen mella los tibios paliativos del progresismo. Hoy el 1 % de los multimillonarios del mundo acumulan más riqueza que el 95 % de la población y eso no solamente se traduce en una enorme desigualdad, sino sobre todo en una enorme concentración de poder, por encima de los estados y los organismos internacionales. Hoy ya nos gobierna el Paraestado, y el crecimiento de las derechas no es otra cosa que el recurso político del Poder Real para disciplinar a las sociedades frente al caos que ha provocado; porque para que las poblaciones soporten el crecimiento de la desocupación y el constante deterioro de los salarios se hace necesario manipular la cabeza de una parte de la población para que apoye la crueldad, mientras se usa el autoritarismo para reprimir a los que no se pueda manipular. Los líderes de la ultraderecha son sólo el instrumento para disciplinar a las sociedades, pero el verdadero poder está detrás. Al igual que esos trenes que tienen en sus respectivos extremos una locomotora de empuje y otra de tracción, y que a veces vemos moverse hacia adelante creyendo que los tracciona la locomotora que encabeza los vagones, cuando en realidad los empuja la que viene detrás de la formación; así también podríamos engañarnos y creer que al tren de la ultraderecha lo conducen Trump. Meloni, Milei, Abascal o Le Pen, cuando en realidad solamente son el mascarón de proa del inmenso poder que empuja de atrás y que los utiliza para manipular y disciplinar.

Manipularnos para convencernos de que nuestros enemigos son los inmigrantes, o el feminismo, o el colectivo LGBT; para hacernos creer que la meritocracia consiste en dedicar cada vez más horas a trabajar para subsistir, y que si conducimos un vehículo de aplicación o una bicicleta de delivery somos emprendedores autónomos que manejan su propia vida como buenos libertarios. Manipularnos para convencernos de que el deterioro económico de las clases medias en las últimas décadas es culpa de las “ideas socialistas” y no de la mecánica concentradora del Gran Capital.

El Paraestado necesita de una sociedad de individualistas que compitan, se odien, se dividan y se rapiñen los unos a los otros, porque la solidaridad no es buen negocio. Hace algunos meses, a partir de que asesinaron a Charlie Kirk, una suerte de ideólogo de la ultraderecha que convocaba a miles de jóvenes y apoyó fuertemente la campaña de Trump, se difundieron algunas de sus frases, y una de ellas era “No soporto la palabra empatía” y esa frase posiblemente sintetice el objetivo de esa batalla cultural que quiere dar la ultraderecha, convenciendo a la gente de que la empatía es algo negativo; y si eso se logra ¿qué sentido tendría solidarizarse con el inmigrante, que viene huyendo de la pobreza o la violencia de su país, qué sentido tendría solidarizarse con las minorías discriminadas, con los marginados, con los que sufren hambre, con los desocupados?, Porque resulta que si una sociedad se preocupara de todo eso, tal vez exigiría al estado mayores recursos para los marginados, mejores condiciones para los inmigrantes, y para eso habría que cobrar impuestos a los más ricos, y eso no le conviene al Paraestado. Y si la sociedad se preocupara del desastre ecológico, tal vez exigiría cambios que afectarían las ganancias del capitalismo depredador. Por lo tanto, la empatía no es negocio, la solidaridad no es negocio, la conciencia ecológica no es negocio, y el buen nivel de vida de la población no es negocio; y entonces hay que manipular a la población para que piense en sentido opuesto, y al que no se lo pueda manipular habrá que reprimirlo si protesta, y para ambos objetivos la ideología y las consignas de la ultraderecha resultan sumamente funcionales. Por eso decimos que los líderes de la ultraderecha son simples instrumentos del Poder Real,

Desde luego que el estado actual de la sociedad les facilita la manipulación de la subjetividad, porque se ha reemplazado a la cultura y la educación por el inmediatismo compulsivo de las redes sociales, y allí estamos a merced de las fake news y de la información distorsionada y fragmentada mediante los algoritmos de los millonarios de Silicon Valley (que junto a los buitres de Wall Street conforman una parte importante del Paraestado). Así las cosas, no es de extrañar que entre las filas de la ultraderecha haya cada vez más terraplanistas, antivacunas y orgullosos militantes de la ignorancia y la superficialidad; porque para que las sociedades se suiciden antes es necesario idiotizarlas.

No es una novedad que el Poder Real maneje cada vez más los hilos de la política en la mayor parte del mundo; siempre hemos dicho que hace ya tiempo que no existe la división de poderes en el Estado porque todos ellos están coptados por el poder económico, y si en algunas ocasiones los pueblos eligen para que los gobierne alguien que no es socio de ese Poder Real, entonces entre el poder judicial y el económico se ocuparán de ponerle palos en las ruedas hasta hacerlo fracasar. Hace tiempo ya que los gobernantes o son controlados o son condicionados, pero en la actualidad, dada la aceleración en la concentración de la riqueza y la expulsión de mano de obra por la apropiación de la tecnología en manos de los ultra ricos, se comienza a hacer insostenible el equilibrio social de las democracias tradicionales, y se requieren gobiernos autoritarios que disciplinen a la sociedad; algunos de esos gobernantes pueden ser parte del Poder Real, como es el caso de Trump, y otros serán simples bufones del mismo, como Milei, pero todos tienen el mismo libreto escrito por un Paraestado que ya gobierna al mundo.

Podríamos preguntarnos cuánto tiempo podrá sostenerse esta situación, porque si la población estará cada vez peor, podría suponerse que en algún momento estallará una rebelión reclamando cambios. Pero esto no es tan sencillo, en primer lugar, porque el punto no es solamente si la gente está cada vez peor, el punto es saber a quién culpa de su situación. ¿A quién culpa un desocupado? ¿a un fondo de inversión fantasma con sede en algún paraíso fiscal que forzó despidos en sus empresas controladas? ¿o a su vecino inmigrante que todavía conserva un mísero empleo? Y si el cambio climático provoca mayores y frecuentes inundaciones en una región, ¿a quién se culpará? ¿a las multinacionales depredadoras que hicieron lobby con los gobiernos del mundo para que no se tomen medidas reales que limiten sus ganancias? ¿o al gobernante de esa región porque no pudo financiar obras de infraestructura suficientes, ya que su recaudación de impuestos disminuyó y su endeudamiento con la banca aumentó? La gente tiende a responsabilizar a quien está más visible y cercano, y la manipulación mediática contribuirá a señalar los culpables más convenientes para el Poder Real. Por otra parte, en la medida que avanza el empobrecimiento de los pueblos, el paliativo de una red de contención de la pobreza extrema siempre resultará menos oneroso de sostener que hacer cambios estructurales para que haya una justa distribución de la riqueza, y cuando la clase media se termine de pauperizar llegará un momento en el que agradecerá que el Estado les provea una subsistencia mínima, mientras les explica que toda la culpa es del gobierno anterior. El presidente argentino Milei es un ejemplo de esa estrategia, mejoró levemente los subsidios de subsistencia para los más pobres como red de contención, y simultáneamente empobreció a toda la clase media, por lo que cada vez más gente necesitará de ese subsidio, y en el balance general el ingreso per cápita de la población habrá disminuido drásticamente, engrosando las arcas de los más ricos. Pasando a otra escala, en algunas regiones, de ser necesario siempre podrá utilizarse el recurso de las guerras, que no sólo diezman la población, sino que además infunden el terror y finalmente la gente prefiere resignarse a una vida miserable antes que sufrir una guerra. Lo que queremos decir con todo esto es que las revoluciones y las transformaciones estructurales en una sociedad no son un obvio corolario de sus padecimientos ni de supuestas condiciones objetivas; siempre se puede estar peor. Para cambiar el rumbo no sirve la auto-conmiseración social, hace falta la intencionalidad humana, hace falta una imagen, un proyecto, y un motor. Para cambiar el rumbo no basta con protestas ni espontaneísmo, hay que sumarle orientación y visión procesal. Desde luego que no es nada sencillo, pero más difícil será todo si permanecemos en la resignación frente al Poder Real, o reaccionando frente al mismo de modo irracional.

Pero volviendo a ese Paraestado que ha tomado las riendas del mundo; no nos imaginemos que se trata de un grupo homogéneo de villanos con dinero que se organizaron y complotaron para adueñarse del planeta. Se trata más bien del resultado de un largo proceso de acumulación y concentración de riqueza, por la propia mecánica del capitalismo. Esa concentración implica que cada vez son menos y más ricos, y que por lo tanto tienen intereses comunes y capacidad de ponerse de acuerdo, aunque no siempre lo hagan. Pero si bien es lógico pensar que quienes han llegado a esa instancia son personas ambiciosas y voraces, si no fueran ellos, serían otros, porque son el resultado de una mecánica que los excede. Del mismo modo que la marginación de millones de personas se produce debido a esa mecánica de concentración de ingresos, y a los avances tecnológicos que no están al servicio de la generación de empleo sino de la optimización de ganancias corporativas. Es evidente que esta mecánica del Capitalismo ha llegado a un punto de inflexión en el que ya no puede avanzar más sino a costa del empobrecimiento de las mayorías y de la destrucción del planeta. Se debe cambiar esa mecánica, y en este punto cabe una reflexión sobre el rol que han tenido los progresismos en las últimas décadas.

Frente al enorme poder de este Paraestado y las consecuencias sociales, se han levantado muchas voces, pero escasos proyectos reales de cambios estructurales. Seguramente que después del estrepitoso fracaso del socialismo real y la caída de las economías centralizadas, pocos se atrevieron a imaginar y mucho menos proponer en voz alta una economía diferente al Capitalismo. En el mejor de los casos han surgido alternativas morigeradoras que intentaban suavizarlo, o crear paliativos para compensar a la sociedad de las crecientes inequidades. Pero todo eso no solamente no sirvió ni alcanzó, sino que la concentración de riqueza y poder terminó barriendo hasta las más tibias propuestas alternativas, y así es que hoy avanza la ultraderecha políticamente, porque buena parte de la población se sintió frustrada con los progresismos que ni siquiera pudieron cumplir con las tibias propuestas que los llevaron al gobierno.

Ha llegado la hora de plantear la necesidad de un cambio en el sistema. Si el sistema de producción y consumo actual no puede incluir a todos los habitantes del planeta, entonces ha fracasado. Si los regímenes y condiciones de la propiedad privada permiten que el 1 % de la población se adueñe del mundo, entonces algo anda muy mal y ese sistema no sirve. Y si la mecánica de crecimiento y consumismo actual nos ha llevado a la destrucción del planeta, entonces es urgente un giro sustancial de dirección.

Entonces, en vez de autocensurarse y elaborar propuestas digeribles para el Poder Real y sus medios de comunicación y propaganda; en lugar de pedir permiso para proponer alguna pequeña reivindicación que no afecte demasiado los intereses de los poderosos. Tal vez en lugar de eso habría que empezar a hablar en el seno del pueblo sobre la necesidad de cambios estructurales.

Fuente: pressenza.com