julio 11, 2025
Portada » Blog » Entretenidos, dispersos y saturados

Entretenidos, dispersos y saturados

Vivimos inmersos en una paradoja profundamente actual: la del ocio constante, pero no elegido. Un tipo de descanso colonizado por lógicas que poco tienen que ver con el bienestar y mucho con la productividad. Se trata de un tiempo que, bajo la apariencia de libertad, nos mantiene activos —aunque pasivos— como trabajadores involuntarios dentro de un sistema que extrae valor incluso de nuestras pausas.

A primera vista, parece que descansamos: miramos videos, pasamos horas en redes sociales, saltamos de una app a otra. Pero si prestamos atención, descubrimos que algo inquietante ocurre en ese aparente ocio. No hay verdadera desconexión, ni presencia, ni disfrute pleno. Lo que se siente es más bien una inercia, una costumbre. Como si el descanso hubiese dejado de ser una decisión para transformarse en una respuesta automática ante el más mínimo momento de vacío.

Esta forma de “ocio” no es deliberada. No es tiempo libre ganado y dispuesto con intención, sino tiempo capturado. Un tipo de consumo incesante que alimenta plataformas cuyo objetivo no es entretener, sino retener nuestra atención el mayor tiempo posible. Cada clic, cada desplazamiento, cada reacción es traducido en datos, y esos datos se venden. Así, sin darnos cuenta, trabajamos para estas plataformas con lo más valioso que tenemos: nuestro tiempo y nuestra atención.

Este fenómeno tiene una característica insidiosa: se presenta como elección. Nadie nos obliga a mirar el celular, a abrir YouTube o a scrollear sin pausa. Y, sin embargo, lo hacemos. Porque el entorno digital ha sido diseñado precisamente para eso: para crear hábitos adictivos, para dificultar la pausa, para que cada espacio en blanco sea rápidamente llenado. Lo que parece libertad es, en realidad, una sofisticada forma de control.

Bajo esta lógica, el ocio no solo deja de ser descanso: se convierte en una prolongación del trabajo. Pero un trabajo sin salario, sin contrato, sin horario. Un trabajo que, paradójicamente, hacemos en nuestro “tiempo libre”. En este circuito, nuestras pausas producen valor para otros, mientras nos dejan a nosotros con una sensación de agotamiento, dispersión y vacío.

Y esto no se limita a las redes sociales o a los contenidos de entretenimiento. Se extiende a todo un ecosistema digital que opera bajo la lógica de la economía de la atención. Plataformas, apps, algoritmos y notificaciones están diseñados para competir por nuestra mirada. Y esa competencia se libra segundo a segundo, incluso en los momentos más íntimos: mientras comemos, caminamos, nos acostamos o vamos al baño. Ya no hay fuera de juego.

En este escenario, incluso descansar se ha vuelto culpógeno. Especialmente en contextos donde la productividad se convierte en un mandato moral. Donde “aprovechar el tiempo” se mide en resultados, en likes, en mejoras personales o en ingresos adicionales. Para muchas personas —sobre todo aquellas que trabajan en entornos flexibles o freelance— el tiempo nunca está del todo libre. Siempre hay algo más que se podría estar haciendo. Y esa disponibilidad constante erosiona cualquier posibilidad de pausa real.

La consecuencia de todo esto no es solo el agotamiento físico, sino también el mental y emocional. La autoexplotación se normaliza. La frustración se internaliza. Y muchas veces, la culpa recae sobre uno mismo, como si el problema fuera personal: “no soy lo suficientemente disciplinado”, “me distraigo mucho”, “no rindo”. Pero no es una falla individual. Es un diseño colectivo que se sostiene sobre esa culpa y sobre nuestra incapacidad para desconectar.

Fuente: pressenza.com